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REVISTA DE SANIDAD FAS ABRIL JUN 2017

LA. Arcarazo García D. Franco comenta en sus memorias el viaje a Huesca: «Recuerdo aquel camino de Zaragoza a Huesca que parecía un paisaje lunar, con “sisallos” atravesando la carretera los días de viento, y con un barrizal en Zuera que daba miedo pasar». Y también habla de la ciudad: «Hace 45 años la Huesca que yo conocí era una población pequeña, tranquila y sin problemas. La ciudad a pesar de su modestia era limpia, excepto los días de lluvia en que los Cosos y la Plaza de Zaragoza eran un barrizal que costaba trabajo atravesar. Huesca terminaba en lo que es hoy la Delegación de Hacienda y allí empezaban las huertas y desde la Plaza de Zaragoza se veían las traseras de las casas del Coso con toda la ropa interior de sus vecinos puesta a tender»12. La situación de la asistencia sanitaria pública en España cuando D. Franco se incorporó a su plaza estaba cambiando, gracias a la aplicación de una serie de mejoras acometidas por la Dictadura del general Primo de Rivera, como la promulgación de diferentes reglamentos, la creación de nuevas instituciones, la obligación de las diputaciones provinciales de crear un Instituto de Higiene y la regulación de las competencias sanitarias de los ayuntamientos. Y, por último, el 20 de octubre de 1925 se publicó el Reglamento de Sanidad, que refundía todos los organismos sanitarios provinciales, como las Brigadas sanitarias, los laboratorios de higiene o los institutos de vacunación en un único Instituto Provincial de Higiene13. El Dr. García Bragado comentó que el Hospital Provincial de Huesca era un caserón viejo, destartalado y ruidoso, enfrente del Instituto de 2.ª Enseñanza. Se trataba del antiguo Hospital de Ntra. Sra. de la Esperanza, fundado a mediados del siglo XV y ubicado en la plaza de la Universidad, que por aplicación de la Ley de Beneficencia de 1822 pasó a depender de la Junta Provincial de Beneficencia y, posteriormente, en 1868 a la Diputación Provincial, que lo transformó en un hospital medicalizado. El inventario de 1927 contempla las siguientes salas de enfermos: San Agustín con 25 camas, militares con 31, Santo Cristo con 26, Ntra. Sra. de la Esperanza con 22, San José con 19, Ntra. Sra. del Pilar con 28, Sta. Ana con 24, un cuarto de vigilancia con dos camas y la sala de Distinguidos con 8 camas para pacientes de pago. También disponía de quirófano, sala de Rx., farmacia, rebotica, laboratorio, depósito de cadáveres, cocina, despensa, 132  Sanid. mil. 2017; 73 (2) ropería, lavadero, almacén y una iglesia. Y, además, había un cuarto denominado «de las muchachas» y la habitación de las Hijas de la Caridad de Sta. Ana. Por su parte, la plantilla estaba integrada por un médico internista, un cirujano, un farmacéutico, un practicante de cirugía y otro de farmacia, doce Hermanas de la Caridad y varios enfermeros14. Pero además el edificio había sido declarado ruinoso, planteándose trasladar a los pacientes al manicomio en obras de Quicena, porque la Diputación no contaba con caudales para construir un hospital nuevo15. Posiblemente, el Dr. García Bragado nunca había trabajado en unas condiciones tan precarias, ya que refiere que la mesa de operaciones era un trasto, en la que solo se podían operar hernias, abscesos y poco más, la anestesia la realizaba un practicante utilizando cloroformo y que la escasa calefacción consistía en una estufa Salamandra, pero a pesar de todo, fue en aquel hospital donde comenzó a hacerse cirujano. En Huesca se corrió la voz de que había un cirujano joven que practicaba intervenciones nuevas, comenzando a acudir más pacientes a su consulta, por lo que solicitó a la Diputación Provincial la compra de una central de esterilización, una mesa nueva de operaciones e instrumental variado, aunque chocaba con el presidente, D. Miguel Gastón, que D. Franco define como «un montañés serio y buena persona, pero tacaño como todos los de su tierra». Pero el presidente tuvo una retención aguda de orina, que le solucionó D. Franco y según comenta en sus memorias «en aquel momento supe que lo tenía agarrado por la próstata». Consiguió bastantes cosas, incluso la calefacción en el quirófano y en el antequirófano, lo que supuso el inicio de la modernización del Hospital Provincial de Huesca. Desde aquel momento pudo practicar intervenciones más complicadas, pero reflexiona en sus memorias: «No me explico cómo entonces prácticamente solo y teniendo que hacer de todo, no solo Cirugía de Digestivo, también Urología, Nefrectomías, prostatectomías, estenosis uretrales y Ginecología, quistes de ovario e histerectomías. Lo que más miedo me daba eran los partos. Aunque había tenido un buen Catedrático de obstetricia en la carrera, pero no había visto nunca un parto, por eso el día que el Dr. Lasala se estableció en Huesca como especialista de partos di un suspiro de alegría …/… La mayor parte de estas operaciones las había estudiado en los libros, pero las había visto hacer por primera vez a mí mismo. Dudo de que todo esto haya sido posible». D. Franco contaba con los practicantes Santos Maestre y Macario Recreo16, o la ayuda ocasional de su hermano Vidal, Félix Susía, Manuel Artero o Luis Coarasa, todavía estudiantes. Construcción de su clínica Gracias al salario de cirujano y a lo que cobraba por asistir a los pacientes distinguidos, pudo comprarse un coche Ford y un aparato de Rx., que despertó envidias y según comenta en sus memorias «Los plumíferos de la Diputación no podían tolerar que el Cirujano ganara más que ellos y empezaron a restarme ingresos, pidiendo una participación en la tarifa de distinguidos. Por ello me hice una clínica»17. El objetivo era captar a los pacientes que no querían acudir al Hospital Provincial, ofreciéndoles unas instalaciones modernas y, de paso, obtener un ren- Figura 5.  D. Franco con otros compañeros de la marina. Colección García-Bragado Lacarte.


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