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REVISTA HISTORIA NAVAL 138

SEBASTIÁN AMAYA PALACIOS debieron valerse de los forzados de las galeras como mano de obra para el aderezo del sistema defensivo, lo que por otra parte era una práctica común (72), ¿qué ocurrió con los esclavos adquiridos para la construcción de las fortificaciones? Los fondos para la defensa (fortificación, galeras y guarnición) ¿se manejaron en una misma caja? ¿Qué sucedió con las mercedes sobre impuestos como el agua de Turbaco y los propios del cabildo destinados a sufragar la fortificación?; si para costear las obras debió recurrirse al situado de las galeras, ¿qué tipo de préstamos o socorros permitieron entretanto el mantenimiento de estas? Con la documentación consultada hasta el momento, estas preguntas me resultan todavía imposibles de abordar. Sin embargo, sobreponiéndose a tanta penuria, el entonces cabo de las galeras, Francisco de Vanegas, se las ingenió para, con los despojos de las embarcaciones a su cargo, fabricar una nueva, que tripuló por sí mismo y la cual sirvió defendiendo la costa y acompañando las armadas hasta Portobelo, transportando a la ciudad la plata del Perú. Cuando este navío no pudo servir por su vejez en 1612, se pidió enviar otras dos galeras o que, en su defecto, se permitiese su fabricación in situ. En una carta de la Junta de Guerra de 1620 se suplica la implementación de carabelones (73). Su construcción costó mucho más de lo que se tenía presupuestado: requirió más de 30.000 ducados y, según se refirió por la Junta de Guerra, los oficiales reales de Cartagena, en carta de 20 de agosto de 1617, argumentaron que no se podrían sustentar con 8.000 ducados situados, ni siquiera con el doble. Por si estas dificultades fiscales no fueran suficientes, no se halló personal capacitado para navegar arbolando velas latinas, lo que obligó a fabricar navíos redondos o galeoncetes de hasta 200 toneladas. A semejanza de lo sucedido con Pedro Vique de Manrique y Sancho de Guitar, Lucas Guillén de Beas, en su rol de cabo de los galeoncetes, se quejó en 1620 de que a sus dos años de servicio cumplidos, pese a las muchas ocasiones en que embarcaciones enemigas habían asaltado la costa, le había sido imposible debido al mal estado de su escuadra: «… hay piratas que andan a robar en toda la costa haciendo muchos robos en gran daño y perjuicio de VMd y sus vasallos, y aunque los gobernadores, que es y han sido, han procurado remediar los dichos daños no lo han podido hacer por estar los dichos galeoncetes desmantelados de todos los pertrechos de mar y guerra necesarios para navegar (…) que han de tener y conviene tengan para poder navegar todo el año en toda la costa de Tierra Firme e islas de Santo Domingo, Puerto Rico, Cuba y Jamaica, y limpiarla de enemigos que la infestan…» (74). La experiencia mostró que era imposible esperar mejores resultados de la escuadra con el situado con que se pretendía sustentar. Finalmente el 30 de (72)  Para 1592, los forzados y gente de las galeras Brava, Nombrada y Serena se empleaban en la construcción de las fortificaciones de La Habana. SáNCHEZ BAENA, p. 93. (73)  AGI, Patronato 270, Carta de la Junta de Guerra, 19 de abril de 1620. (74)  Ib., Carta de Lucas de Guillén Beas, 9 de enero de 1620. 40 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 138


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