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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 918

por iniciativa de Lerchundi ante doña María Cristina, dado que Marruecos carecía de buques modernos, fuesen de guerra o pasaje. El Castilla había zarpado de Tánger el 12 de febrero y arribado a Nápoles el 18, al serle imposible fondear en Civita Vecchia por el fuerte oleaje. El telegrama de alerta no le llegó a Lazaga hasta el 8 de marzo, coincidente con la última audiencia que León XIII concediese a Lerchundi, Diosdado y Torres. Al día siguiente, el Castilla partía rumbo a Tánger, pero otro temporal le obligó a recalar (12-14 de marzo) en Cartagena. El 19 de marzo atracaba en su muelle de partida, donde la ovación que, de todo el pueblo de Tánger, sin distinción de clases, creencias y nacionalidades, recibe el humilde misionero, ha sido verdaderamente extraordinaria, tal y como se expresara J. Alburquerque en La Fe, crónica que fray José María López, primer biógrafo de Lerchundi, recuperaría en 19271. MÉDICO DE ALMAS Y CUERPOS EXPULSADO SE VE POR EL DESPOTISMO DIPLOMÁTICO El 19  de enero de  1862 Lerchundi llegaba a Tánger. Por los escritos del pediatra Manuel Tolosa Latour (1857-1919), sabemos que antes de desembarcar tuvo el último vómito de sangre. Aquella «primera» hemoptisis en África provenía de sus duros tiempos de novicio en el monasterio de Aránzazu y en el Colegio de Misiones en Priego (Cuenca). En su empeoramiento influyó la pena que arrastraba por el maltrato que le impusiera el ministerio de Estado. En Santa Cruz seguía «archivado» el placet que Pio IX le enviase. Lo que un papa diligente despachase en un día (10 febrero 1861), un consejero de Estado «ocupadísimo», Fernando Calderón Collantes, necesitó diez meses para estampar su firma en aquel pasaporte. Tras cumplir dos años de fecunda labor en Tánger, el superior de la misión, fray Pedro López, nombró a Lerchundi inspector para que valorase la situación misional en Tetuán. El designado inició su «inspección» como sanador de males físicos y desconsuelos del alma. Pronto corrió la voz: un tebib isbaniuli (médico español) había en Tetuán, que a nadie desatendía y a muchos curaba. Su fama cubrió Yebala y el Garb. En agosto de 1876, Lerchundi fue designado por fray Miguel Cerezal —relevo del 116  REVISTA EJÉRCITO • N. 918 OCTUBRE • 2017 Maria Cristina junto a Alfonso XIII jubilado fray Pedro López—, superior del hospicio de Tetuán. Y al fallecer Cerezal, fue la Santa Sede quien le nombró (junio 1877) prefecto de las Misiones en Marruecos. Honrado por el Vaticano por su evangelización universalista, una mente mezquina, interesada en otro candidato (fray Gregorio Martínez), consideró «intolerable» su ascenso. Tal actitud provenía de Eduardo Romea y Yanguas, ministro plenipotenciario en Tánger. Romea impuso a Lerchundi hábito de penitenciario andante. Lo comprobó un buen artillero, Victoriano de López Pinto (1830-1907), al frente de la Comandancia de Ceuta, a quien sus ayudantes le anunciaron que un franciscano solicitaba verle: le habían deportado y viajaba «detenido» bajo su responsabilidad. Prisionero preso de su palabra. El general irritado por la situación demencial y el


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