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REVISTA HISTORIA MILITAR EXTRA II 2017

O´DONNELL Y LA POLÍTICA DE PRESTIGIO DE LA UNIÓN… 125 A mediados del siglo XIX España ya no era una gran potencia comparable a la Gran Bretaña Victoriana o a la Francia de Napoleón III. Aunque había perdido una gran parte de su enorme imperio ultramarino aún podía ser equiparada, salvando diferencias propias nacionales, a la Rusia zarista que había sido fundamental en la derrota de Napoleón I medio siglo antes -igual que lo había sido la España de Castaños y del Empecinado pero que había perdido peso internacional por causa de su nula capacidad para seguir la Primera Revolución Industrial, la pervivencia masiva de la servidumbre entre su población rural y su pérdida de poder militar evidenciado por su derrota en la Guerra de Crimea, a pesar de su enorme capacidad demográfica. El Imperio de los Habsburgo de Viena seguía siendo formalmente una gran potencia pero, en su interior, estaba ya sembrada la semilla de su desaparición; nacionalismos disgregadores, ineficiencia militar comprobada durante las guerras napoleónicas, atraso industrial…, todo lo que daba pie a un lento, pero imparable, camino hacia su desaparición, de la que se había librado durante la revolución de 1848 casi por casualidad. Los antiguos Países Bajos, divididos desde la Revolución de 1830 en Bélgica y Holanda, resultaban geográfica y demográficamente demasiado pequeños para tener verdadero peso internacional, a pesar de tener Holanda algunas posesiones coloniales importantes. Los países nórdicos -Noruega, Dinamarca y especialmente Suecia- habían perdido su papel de actor destacado desde la muerte de Gustavo Adolfo en la batalla de Lützen. Prusia, una de las grandes potencias por la excelencia de su ejército y la habilidad de su diplomacia, carencia de la demografía y las posesiones coloniales que diesen verdadera carta de naturaleza al título de gran potencia adquirido en los campos de batalla de Waterloo y confirmado por su papel destacado en la formación de la Santa Alianza. Prusia tenía el título de gran potencia, pero siempre pendía de la posibilidad real de una derrota militar grave que supondría el fin de su peso internacional, por lo que se mostraba reacia a participar en aventuras bélicas de dudoso éxito. La llegada de Bismarck terminaría con esta incertidumbre tras tres inteligentes y victoriosas guerras que iban a convertir a Berlín en la potencia continental hegemónica, de forma intermitente, desde 1870 hasta la actualidad. Alemania e Italia no habrían de nacer hasta 1870. Otras nuevas naciones apuntaban ya su papel principal en la Historia de la Humanidad, Estados Unidos y Japón, pero aún había de pasar más de medio siglo para que ocupasen el papel fundamental al que estaban destinadas. Por su parte el Imperio Turco, unos de los enemigos históricos de España, había perdido, como le ocurría a la monarquía española, parte de su poder en los Balcanes y el norte de África y, a pesar de ser llamada en las cancillerías europeas el “hombre enfermo de Europa”, aún mantendría Revista de Historia Militar, II extraordinario de 2017, pp. 125-158. ISSN: 0482-5748


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