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EJERCITO 924

Valores  /  7 para jefes y oficiales. En las bacas de esos automóviles, maletas y bolsas de viaje. Una parte de la oficialidad huye con sus equipajes de mano, vulnerando así la prohibición que Silvestre dictase en su penúltimo Consejo de Guerra. Minutos más tarde aparece otro rápido seguido de camiones repletos de heridos. El conductor ve los jinetes del Alcántara y frena. Un comandante médico baja del Ford y a Primo de Rivera le advierte: «Silvestre ha muerto y sus ayudantes no lejos de él; la Policía Indígena se ha pasado al enemigo y la columna de Annual, desbandada, viene hacia aquí». IZZUMAR: POSICIÓN CEDIDA AL ENEMIGO POR VOTACIÓN DE SUS MANDOS El desorden de la retirada impone decisiones, unas consecuentes y otras carentes de sentido: salvar los hombres e inutilizar armamento de por sí inválido. Al capitán Reyes le agobia cómo resguardar la vida de sus 115 soldados y tres oficiales. Intermedia «C» es abandonada y su guarnición se suma al torrente de los que huyen. Al instante se ven atrapados por una ola de pánico e indisciplina que les ahoga. Reyes muere con su infortunada oficialidad: Adolfo Falcó Corbacho, 28 años, Fabián Ramos Mella, de 25, José Gutiérrez-Calderón Sojo, 28. En el Izzumar, vergonzoso silencio: las cuatro piezas Saint Chamond ni un solo disparo han efectuado, cuando esos cañones tienen un alcance de siete mil metros. Sus granadas pueden barrer los cortados del desfiladero desde donde los policías fusilan a las tropas españolas. Quien manda en el Izzumar es el capitán Joaquín Pérez Valdivia, 29 años. A sus órdenes tiene 160 soldados y cuatro oficiales: tenientes Agustín Alvargonzález, Román Rodríguez Arando (jefe de la batería) y Enrique Valdés, y el alférez José Guedea Millán. Pérez Valdivia no es el militar estricto y valiente que requería situación tan despiadada como la que crucificó a la columna de Annual. Por el comandante Martínez Vivas y el alférez Guedea, que declararán ante el general Picasso —folios 1.156 y 1.248 de su Expediente—, se sabrá que «la guarnición de Izzumar, cuando creyó que las fuerzas de Annual habían evacuado el campamento, tomó el acuerdo (¡!) de abandonar la posición». Acobardado plebiscito dicta la conducta militar en plena guerra. El Izzumar se convierte en una hoguera: arden tiendas y cajas de municiones. Las de fusil estallan algunas; las cargas de cañón, no. Las llamas envuelven a los Saint Chamond, que resisten ese fuego traidor. La guarnición de Intermedia «B» se une al ejército medio muerto, que apenas se defiende de las heridas que sufre. Abatidos caminantes en retirada sin futuro. Arruit es su destino. En Intermedia «A», su jefe no puede creer lo que ve con sus gemelos de campaña: el Izzumar desguarnecido y su artillería disponible para manos enemigas. Una sección, en buen orden, emerge de entre las humaredas del incendio: no les identifica. Son los 36 hombres del alférez Guedea, 19 años. El más joven de los oficiales de Pérez Valdivia demuestra ser el más valiente al salir el último. Poco cuesta imaginar la furia que invadiese al capitán Escribano: Pérez Valdivia ha sido compañero suyo en el San Fernando nº 11.


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