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JOSÉ ANTONIO OCAMPO «Desde 1600 las Filipinas no habían sufrido ningún ataque de los holandeses y desde el gobierno del vigoroso Pedro Acuña los españoles habían llegado a tomar la ofensiva. Acuña fue designado por el rey Felipe III para recuperar las islas; para ello lo nombró gobernador y capitán general de las Islas Filipinas con mando en la expedición al efecto (barcos y tropas). Pero la insuficiencia del nuevo gobernador Téllez de Almansa había ocasionado la pérdida de Amboina y Tidore, dejando a la guarnición de las Molucas sin el apoyo necesario. Corría ya el año 1609 cuando se hizo un cambio completo con la venida del general Juan Silva, quien trajo consigo de Méjico cinco compañías de Infantería al mando de Fernando de Ayala. Silva tomó el mando de la “India española” en los días de la Pascua de Resurrección. Hombre enérgico y activo, puso en estado de defensa todas las plazas descuidadas por sus antecesores en el cargo, en especial el importante arsenal de Cavite. La acción tuvo lugar en el año 1610 contra una gran armada holandesa, mandada por el almirante Verhoeven y financiada por una compañía comercial que salió de Amsterdam para desalojar definitivamente a los españoles de las Molucas. Muerto asesinado este almirante, tomó el mando el vicealmirante Francisco Wittert, quien se dedicó más a la piratería que a combatir a las fuerzas establecidas y poner sitio a las Molucas. Se dirigió, pues, a la bahía de Manila con cinco grandes navíos armados con piezas de gran calibre, después de atacar el puerto de Iloilo en Panay, en el que apenas pudo desembarcar porque se presentó Francisco de Ayala con los refuerzos de paso para las Molucas y causó tal derrota a los holandeses que los hizo reembarcar y huir hacia Manila, donde permanecieron más de cinco meses en la isla de Corregidor capturando las embarcaciones que entraban y salían del puerto, lo que le representaba un negocio suculento que convenía a sus patrocinadores. Silva, curtido en las campañas de Flandes, estaba decidido a jugarse el todo por el todo y aprovechó ese tiempo para construir y alistar una flotilla de ocho navíos, con la que logró desalojar a los holandeses de la isla. Hay que decir que la flotilla española superaba a la holandesa en el número de barcos y en el de tripulaciones. Pero los holandeses tenían barcos más fuertes y mejor armados, con dotaciones que estaban en la mar como en su casa; en cambio las dotaciones españolas, compuestas por marineros de color y voluntarios indisciplinados de diversas procedencias, estaban mandadas por oficiales que no tenían idea del servicio. El 21 de abril de 1610 salió Silva de Cavite con su escuadra y poco después, el 24, se encontró a Wittert cerca de Playa Honda. La flotilla española se colocó en dos filas; formaban la primera dos galeones y la segunda las embarcaciones menores, que debían servir de reserva. Wittert podía haberse retirado, pero confiado en la sólida construcción de sus navíos y en el grueso calibre de sus cañones, marchó al encuentro de los españoles, y la batalla se entabló a las siete de la mañana. Mientras en los navíos holandeses todos los cañones estaban bajo cubierta, en los españoles, que eran mucho más bajos, se encontraban al exterior así como los soldados destinados al abordaje, porque los lugares cubiertos eran demasiado estrechos. De esta manera los holandeses podían causar a sus enemigos grandes destrozos, sufriendo ellos en proporción pérdidas insignificantes. Entre tanto la lucha era cada vez más acalorada y las distancias que mediaban entre los navíos enemigos disminuían; al empuje impetuoso de los españoles, viéronse obligados a retroceder los holandeses, lo que inflamó el valor de los de Silva. Una bala de cañón le llevó la cabeza al almirante holandés y poco después los españoles abordaron su navío, si bien es verdad que tuvieron que abandonarlo precipitadamente porque se le prendió fuego y voló. 94 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 140


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