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Revista Ejército 927

El capitán Joaquín Boy Fontelles. Retrato en estudio; firma ilegible del autor, 1922. AHEA Valores  /  15 delgado como un poste —Félix Torres San José— y un sargento —Feliciano Blanco Peña—, bajo en talla, recio en cuerpo. Corrieron como liebres, atraparon un par de sacos cada uno y subieron a escape pendiente arriba, silueteados por los tiros, siendo recibidos con atronadora ovación. Esa descarga de aplausos hizo enmudecer a las trincheras rifeñas. Calmados los vítores, fue abierto el paquete lastrado y leído su mensaje, dirigido al alférez Topete. Y esto le decían: «Topete, eres un flamenco. Tener un poco de paciencia que vamos por vosotros. Señalarnos con lienzos blancos desde donde os tiran más para echarles todo lo que se pueda. Ya ha llegado Franco desde Tetuán. Que tengáis todos mucha suerte. J. Boy». ESE AVIÓN QUE «CAMBIÓ LA FAZ DEL COMBATE», BATIENDO AL ENEMIGO A RAS DEL SUELO El teniente coronel Franco, jefe del Tercio, sobrevoló Tifaruin la tarde del 21 de agosto. Al día siguiente coordinó la ofensiva de cinco columnas —al mando de los coroneles Morales Reinoso, Pardo, Salcedo, Seoane y Vera—, a las que proporcionaron contundente apoyo las baterías del Alfonso XIII y del Reina Regente. Los fuegos de la Escuadra, sumados a los de la batería de obuses de 155 mm en Dar Mohatar, causaron severas pérdidas a los rifeños: 230 muertos dejaron abandonados, 180 con su armamento. Inquietas al ver amenazados sus caminos de repliegue, las harcas se abalanzaron sobre Tifaruin. Todos los aviones disponibles —entre 28 o 33, según el cómputo— despegaron para auxiliar a las columnas. El testimonio del comandante Joaquín Ortiz de Zárate, 30 años, fue de los más elocuentes por los detalles que aportó de aquella lucha, suicida de por sí: «La resistencia enemiga se apoyaba en cuatro casas aspilleradas, enlazadas por trincheras, protegidas por lunetas y pozos de tirador. Las filas de la Legión llegaron a tiro de la primera línea, separada de la siguiente por una profunda cañada con acusadas pendientes. Los legionarios sufren nutrido fuego de ametralladoras y fusilería. El asalto pierde empuje y se paraliza. Son las dos de la tarde. En tan crítico momento, aparece un solitario avión, que desciende sobre A Baeza le fue imposible saltar de su asiento al del inerte piloto con el avión entrado en pérdida irreversible y el fuselaje sometido a violentas torsiones. Aceptó morir, en su puesto, con entereza


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