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Revista Ejército 927

Cada uno de nosotros debe aportar de forma individual y constructiva, tanto en lo privado como en lo profesional Valores  /  21 adversidad cambie aportando de forma individual y constructiva en los entornos en los que nos desenvolvamos, tanto en lo privado como en lo profesional. Debemos ser conscientes de que la sociedad cambiará cuando comencemos a mirarnos a nosotros mismos para, asumiendo la responsabilidad que nos toca a cada uno de nosotros, impactar con nuestra mejora en los contextos en los que estemos inmersos. Somos parte de la sociedad. «Lo responsable es que cada uno de nosotros contribuyamos a que esa adversidad cambie» Embarcarnos en esta empresa supone enfrentarnos, por un lado, a nosotros mismos y nuestra forma de ver los acontecimientos, y por otro lado supone desplegar una renovada actitud en nuestros comportamientos, pensamientos y formas de expresarnos. Pero ¿cómo hacerlo? La palabra coraje tiene su origen en el latín coraticum, cuya raíz es cor, que alude al corazón. Así, una persona con coraje es una persona que pone empuje desde el corazón en lo que hace y eso le dota de una fuerza en su actitud que le permite afrontar las adversidades emergentes con la mejor disposición posible. De esta manera podrá encarar las dificultades del día a día de tal forma que el resultado, sea el que sea, tendrá la impronta de «haber dado con plenitud de voluntad, lo mejor de mí». El coraje es una virtud que debemos entrenar, desarrollar y conservar a lo largo de la vida y que en numerosos momentos podemos llegar a sentir resquebrajada. Si bien el coraje nace en el corazón, se mantiene vivo apoyándose en la inteligencia, en la autoconfianza y en el compromiso interno con una causa. Pero ¿por qué falla el coraje?, ¿qué sucede que flaquea tanto? El primer enemigo del coraje es el miedo. El miedo podríamos definirlo como la brecha que existe entre el desafío que tenemos que encarar y las capacidades, competencias y recursos propios o talento que tenemos para hacerlo. Así, tendré menos miedo (o más confianza) cuanta más preparación, experiencia, recursos y disposición hacia la acción sea capaz de desplegar. Por el contrario, tendré más miedo (o menos confianza) cuanto mayor sea la distancia entre los recursos o talentos que tengo, lo que sé y lo que tengo que afrontar. Hay una amplia variedad de miedos, pero una sencilla agrupación nos ayudará a identificar los miedos biológicos de los culturales. Un miedo biológico es aquel que nos sirve para preservar nuestra integridad física y existencial de forma natural y casi instintiva. Por ejemplo, la precaución ante un precipicio o una gran altura; apartarnos de un perro que ladra agresivamente; eludir el fuego en caso de que estemos muy próximos a él, etc. Sin embargo, los miedos culturales tienen que ver con el conocimiento que tengo de una circunstancia y/o materia, las experiencias que he tenido en relación con esa circunstancia o situación y cómo he interpretado dicho momento desde mi modelo mental y mis capacidades. Por ejemplo, un compañero con muy mal carácter, la realización de una actividad en la que tengo poca destreza, conversar con una persona que ostenta una muy alta responsabilidad, etc. Llegados a este punto, propongo que hagamos un ejercicio. Por favor, escribe en una frase, de forma específica y concreta, el miedo que más te frena para entrar en acción en la vida. Escríbela como si se tratase del diagnóstico de un médico: «El miedo que más me pesa es…». Una vez lo hayas enunciado en una frase de un renglón o dos, en silencio, en un lugar tranquilo y en diálogo interior, hazle una pregunta al miedo: Miedo a «...frase descriptiva del miedo...», ¿qué necesitas para desvanecerte? Y manteniendo la atención en ti mismo, ten preparado papel y bolígrafo para escribir lo que escuches en tu interior, en el corazón. Muy probablemente será una respuesta que emerja con claridad y sencillez. Cuando obtengas esta respuesta, hazte dos preguntas más y escribe las respuestas: ¿quién sería yo sin ese miedo? y ¿qué cosas me atrevería a hacer?


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