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Revista Ejército 927

cepción de las circunstancias. Entre todas ellas habrá opciones que nos acercarán a nuestro objetivo y otras que nos alejarán de él. IV. ¿Qué voy a hacer? Esta pregunta nos lleva a darnos a nosotros mismos la respuesta que necesitamos para entrar en acción, la excusa que nos moviliza. La respuesta a esta pregunta debe ser una invitación a la elaboración de un plan más o menos detallado que nos permita alcanzar el objetivo fijado, teniendo en cuenta las preguntas II y III. Es recomendable pensar las respuestas con el corazón, ya que de esta manera logramos las mejores respuestas, esas que nos llevan a las mejores decisiones y, con ello, es esperable que nos lleven a la mejor acción y al mejor resultado. Las respuestas dadas con el corazón tienen un componente de inteligencia y voluntad e invitan a entrar en acción con sensatez. Sin embargo, las respuestas sobrerrazonadas y sobreargumentadas tienden a camuflar algún aspecto que es notorio para el corazón y del que queremos zafarnos. Suelen dejarnos en el inmovilismo. La afirmación «dime en qué ocupas tu tiempo y te diré qué tienes en el corazón» abre un espacio a la revisión del componente «corazón» apoyado desde la inteligencia. Emanan del corazón las acciones fruto de las decisiones que tomamos sobre la base de lo que es en justicia recto y cargado de empuje de superación. «Es recomendable pensar las respuestas con el corazón, ya que de esta manera logramos las mejores respuestas, esas que nos llevan a las mejores decisiones» Para desplegar coraje y que ese empuje nos lleve a encarar toda clase de retos, desafíos y adversidades debemos ser humildes y estar a bien con la humildad. La humildad en este plano se refiere a la aceptación de la verdad de uno mismo, tanto en los aspectos que más nos hacen sobresalir o destacar, hablando de ellos con naturalidad y sin alardes, como de los que constituyen el lado más sombrío de cada uno de nosotros, es decir, esa variedad de defectos, complejos, carencias, flaquezas y debilidades de los cuales también deberíamos poder hablar con naturalidad. 26  /  Revista Ejército nº 927 • junio 2018 Reflexionemos un momento. Cuando hacemos las cosas de verdad, con limpieza de intención y sentido constructivo de contribución, las hacemos desde la humildad, poniendo en juego nuestras capacidades sin reservas. En estas circunstancias lo que brota es la autenticidad, la verdad de uno mismo, con todo lo que nos hace brillar y lo que es menos brillante, y esta combinación nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos con generosidad y entrega. De alguna manera, estamos ante dos opciones: rechazar las situaciones adversas en las que nos vemos inmersos o abrazarlas con apertura y coraje. En el primer caso afrontaremos la circunstancia de mala gana, con cierto desagrado, poco compromiso, bajo interés, racaneante actitud y trabajando con mínimos de concentración, lo que nos desanima, nos quita el ánimo, nos apaga el alma y nos deja descorazonados. En el segundo caso nos comprometemos, ofrecemos nuestro mejor hacer, nos concentramos más y la disposición interior es más favorable, lo que contribuye a que el resultado sea satisfactorio, y eso es lo que nos anima (nos da ánimo, nos enciende el alma) y nos llena de coraje y empuje. La decisión final esta en uno mismo. Llegados aquí, los valores toman protagonismo para impregnar de rectitud todas nuestras acciones y comportamientos.■


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