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EJERCITO TIERRA 928

103 un terrible golpe mortal en la frente. Usando las palabras de Villagra, «Zaldívar cayó y se fue al sueño eterno al que todos iremos algún día». Bernabé de las Casas y los que se quedaron guardando los caballos oyeron los ruidos de los golpes y los disparos de los arcabuces. Uno de los supervivientes escapó por el camino e informó de las muertes de muchos españoles y de que dos de los soldados más jóvenes, Juan de Olague y Pedro de Robledo, habían luchado al mismo borde del acantilado, y allí, rodeados y sin tener ninguna otra opción, tuvieron que saltar al vacío. Robledo se estrelló contra unas rocas y murió instantáneamente, pero Olague aterrizó en una duna de tierra cerca de la base del acantilado. Casas lo descubrió inconsciente y muy magullado, pero vivo. Eso le animó a ir a buscar a otros posibles supervivientes. Encontró a dos soldados más, inconscientes, en una duna de arena próxima, y entonces se juntaron con el capitán Gaspar López Tabora y con otro par de hombres. Estos habían escapado justo después de que empezara el ataque, al verse superados, y fueron los últimos en ponerse a salvo. Los españoles tenían ya mucha experiencia en la guerra con los indios y sabían que rápidamente se podía extender una rebelión por la provincia entera. Tenían que estar preparados para esa posibilidad, así que, con los hombres, diezmados, de Juan de Zaldívar, se pusieron de camino hacia San Juan. EL PROCESO CRIMINAL Don Juan de Oñate nunca tuvo la menor duda de la fragilidad de la posición española en Nuevo México. Es por ello que, si hubiera dejado que se extendiera la rebelión de Acoma por todo el territorio, con sus escasas fuerzas militares, hubieran tenido pocas probabilidades de frenarla. Juan conocía bien que esa preocupación estaba en las mentes de sus hombres y que ahora esperaban cuál sería su decisión. Una respuesta contundente y decisiva podría prevenir la destrucción total, pero todos se preguntaban hasta dónde se podía llegar legalmente en el uso de la fuerza. El Rey había instruido claramente a Oñate para evitar una guerra con los indios, siempre que fuera posible, orden que no podía desobedecer. Los españoles no eran, como muchos escritores sajones nos intentan hacer creer, personas irresponsables que tomaban las decisiones con ligereza y superficialidad. Las acciones de los españoles respondían a las leyes de la Corona, las instrucciones de su Rey y de acuerdo con la doctrina asociada a la evangelización cristiana. En el siglo xvi, declarar la guerra contra los indios era un tema de gran controversia sobre el que tanto los juristas como los teólogos habían discutido ardientemente y durante mucho tiempo. La preocupación mayor en las controversias estaba centrada en las condiciones que hacían que la guerra fuera justa. En esa situación, uno de los sacerdotes, el padre Martínez, con la ayuda de los otros padres, acordó redactar una propuesta, pero la preparación del documento formal tuvo que esperar varios días por estar en los días de celebración de la Navidad. «Las acciones de los españoles respondían a las leyes de la Corona, las instrucciones de su Rey y de acuerdo con la doctrina asociada a la evangelización cristiana» La primera Navidad en Nuevo México en 1598 quedó grabada en la memoria de todos por un clima de gran tensión por el trágico incidente de Acoma. Para el gobernador, don Juan de Oñate, marcó uno de los momentos más profundos de su vida, pero la devoción de la misa de Navidad en la nueva iglesia de San Juan Bautista ejerció su poder sobre las mentes de los españoles de tal forma que las personas, tanto de alta como de baja condición, salieron de la iglesia con una mayor dosis de optimismo y con su autoestima recuperada. El 28 de diciembre, don Juan abrió el procedimiento judicial, que presidía formalmente, que iba a durar más de dos semanas y que tenía como objetivo el determinar el futuro de Acoma. Don Juan escuchó con atención todos los testimonios de cada uno de los supervivientes del ataque a las fuerzas de su sobrino, Juan de Zaldívar, y las recomendaciones para la acción de respuesta hechas por los oficiales. El capitán Gerónimo Márquez, por ejemplo, expresó su opinión de que, si Acoma no era arrasada y sus habitantes castigados, no habría ninguna seguridad en todo Nuevo México y no podría nunca ser civilizada, ya que los nativos de otros pueblos estaban observando lo que los españoles iban a hacer en Acoma. El joven Juan de Olague, que saltó a las dunas para salvar su vida, añadió que estaba seguro de que los acomas habían actuado a traición, con premeditación y alevosía matando a los españoles. Esto era exactamente el tipo de lenguaje necesario para soportar el caso en favor de reclamar una guerra justa. Los testimonios de Olague y del resto se hicieron bajo juramento y se anotaron por escrito, con las debidas firmas y fórmulas que la ocasión requería. Por último, durante el procedimiento, los frailes presentaron su opinión sobre la legalidad de la declaración de guerra y determinaron que don Juan de Oñate tenía tanto la autoridad como la suficiente razón y legitimidad para realizar esa acción de castigo con el objetivo de obtener y mantener la paz, no por revancha, sino por necesidad. Los acomas, que se habían sometido a la autoridad del Rey y, por ello, a sus leyes, estaban bajo la jurisdicción del gobernador y, por ello, aunque aparecían culpables de los crímenes cometidos con alevosía, como ciudadanos sometidos a la ley del Rey, se les debía ofrecer la oportunidad de enmendarse, volver a


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