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de la casa de Austria (de ahí su nombre de «quinto real»), pero se redujo a la mitad e incluso menos del 10 % en tiempo de los monarcas de la casa de Borbón. Esta política fiscal creó una oligarquía minera muy rica y poderosa en Perú y, sobre todo, en Nueva España. El centro del poder económico, es decir, el fiel de la balanza, se desplazó en cierta medida desde España a América. A Sevilla llegaba la plata americana en las flotas de Indias como impuestos recaudados, como pago de los productos y manufacturas exportados desde la península ibérica a América y también como beneficios de la actividad minera. La demanda de productos chinos, especialmente la seda y los textiles, creció mucho en América y muy rápido. Los orientales eran muy competitivos en precio frente a los importados desde España, e incluso frente a muchos de los manufacturados en Nueva España. La industria americana de la seda, cuyos fundamentos había establecido con gran éxito Hernán Cortés, colapsó en pocos años. La plata empezó a fluir cada vez más hacia Oriente y menos hacia Europa. Un conflicto de intereses se estaba produciendo dentro de propio Imperio español. Felipe II se vio obligado a legislar intentando un difícil equilibrio que salvaguardara los intereses de la metrópoli, los de los virreinatos de Nueva España y del Perú en América y los de los comerciantes filipinos. El comercio del Galeón de Manila, que había sido prácticamente libre en sus primeros años de existencia, se vio sometido a restricciones, sobre todo a partir de las disposiciones reales promulgadas en 1593. El comercio entre Filipinas y las Indias se declaró monopolio de los comerciantes afincados en Filipinas. Estos comerciantes se cree que a menudo eran simples representantes (hombres de paja) de los intereses de la oligarquía minera y comercial de Nueva España, verdaderos dueños del comercio del Galeón. Por presiones imaginables, el tráfico se restringió a dos galeones al año en cada sentido, navegando entre los puertos de Manila (en realidad, Cavite) y Acapulco. El desplazamiento de estos galeones se fijó inicialmente en 300 toneladas, aunque en la práctica solía viajar uno solo, pero de mayor tonelaje. También se prohibió el tráfico directo entre Filipinas y El Callao (Perú) y posteriormente el tráfico entre ambos virreinatos, 98  /  Revista Ejército nº 928 • julio/agosto 2018 aunque esto último con muy poca efectividad. Una real orden de 1593 estableció que la carga que se podía exportar desde Manila no debía superar un valor de 250.000 pesos. Este permiso se ratificó en 1604 y 1619, pero en 1702 se aumentó a 300.000 pesos, en 1734 a 500.000, y en 1776 a 750.000. El importe de las ventas realizadas en Acapulco que se podía llevar a Manila no debía superar el doble del valor del permiso. Cuando las presiones que tenían éxito procedían de los comerciantes sevillanos, frente a las de los filipinos, solía producirse un mayor control del contrabando y del fraude. Esto llegó a provocar algunas interrupciones del comercio con Filipinas como protesta por parte de los comerciantes de las islas. Todas estas restricciones al comercio no fueron el resultado de un espíritu o una cultura anticomercial, sino de una pura necesidad de equilibrio entre los intereses de los extremos del vasto Imperio español, Filipinas y la Península. Como toda restricción comercial a un negocio floreciente y rentable, la nueva legislación dio lugar a un importante incremento del contrabando en el que casi todo el mundo estaba implicado (gobernadores, comerciantes, funcionarios, clero…). Al ser una actividad ilegal, es imposible conocer su volumen exacto, pero hay indicios de que la mercancía transportada y las cantidades de plata negociadas, en promedio, al menos duplicaron las especificadas por la ley. Buena parte de la plata que llegaba a Manila se utilizaba para pagar a los proveedores chinos, a los bancos y a las compañías de seguros de la época. Estas últimas estaban representadas sobre todo por fundaciones caritativas como la Casa de la Misericordia. La plata que llegaba a la península ibérica terminaba siendo usada en gran medida en pagar los empréstitos y las guerras que los reyes de la casa de Austria sostenían en Europa. Como los españoles no eran los únicos que demandaban productos asiáticos, parte de la plata que llegaba a Europa viajaba hacia China por otras tres rutas: la ruta portuguesa Los productos que llegaban a Filipinas se pagaban en plata


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