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DAVID RUBIO MÁRQUEZ pulgadas (152 mm). Para los cañones antiaéreos inferiores al calibre antes citado no se establecían limitaciones. Asimismo, se admitía la construcción de dos portaviones de 33.000 toneladas, aprovechando para ello los buques capitales en construcción o en servicio. Japoneses y franceses se inclinaron por transformar en portaviones los acorazados ―los primeros utilizaron los cascos de los acorazados Amagi y Akagi; los segundos reciclaron el Béarn―, mientras que Estados Unidos hizo lo propio con los cruceros de batalla Lexington y Saratoga, y el Reino Unido, con el Courageus, el Furious y el Glorious. Sorprendentemente, Italia mostró un total desinterés por los portaviones. En cuanto a la aviación naval, en Washington no se reglamentó nada al respecto, (57) no obstante las profecías de El Sol acerca del futuro poder de los aviones: «… pronto, en efecto, habrá aeroplanos gigantes con una velocidad de 300 millas y un radio de acción de muchos miles de kilómetros, capaces de montar grandes torpedos aéreos, cada uno de los cuales podrá destruir una villa entera o el más poderoso de los superdreadnought» (58). Ante los incesantes progresos de la aviación, es lícito que nos interroguemos sobre este importante olvido de los conferenciantes, y no podemos menos de deducir que el mismo fue completamente intencionado. Debemos recordar en este punto que William Mitchell había demandado, y conseguido, la cesión de viejos buques de guerra para demostrar que los aeroplanos podían echar a pique cualquier barco mediante el uso de torpedos y bombas. Entre el 21 de junio y el 21 de julio de 1921 había hundido las naves alemanes Ostfriesland, Frankfurt, G-102 y U-117. Así pues, y a pesar de las críticas de la Marina norteamericana, nadie podía negar los hechos: los aviones podían hundir acorazados y cruceros (59). Las tres grandes potencias navales intuían el futuro papel de la aviación embarcada y no quisieron poner ningún obstáculo a su posterior desarrollo. Tampoco se incluían en el acuerdo barcos como los petroleros, transportes, buques-taller, remolcadores y dragaminas, todos ellos con un desplazamiento inferior a las 5.000 toneladas (60). (57)  «El número de aviones no puede limitarse», ibídem. (58)  BAEZA, Ricardo: «La limitación de los armamentos navales no evitará las guerras futuras», en El Sol, 29 de noviembre de 1921; ARAqUISTáIN, Luis: «Marte, con alas», en La Voz, 30 de marzo de 1922. El periodista, comentando los acuerdos de la capital norteamericana, escribe: «No es extraño que las grandes potencias se inclinen a cierta reducción de los armamentos navales; es que, técnicamente, van pasando a lugar subalterno. En la reciente conferencia de Washington no fué (sic) tanto el espíritu pacifista como el tácito pensamiento de que el arte militar está enfrentado con una verdadera revolución técnica lo que indujo a los Estados a disminuir unos instrumentos marítimos de lucha que, sobre ser tan costosos, serán pronto poco menos que inútiles. El poder aéreo ha convertido en obsoletos, en su opinión, los armamentos existentes. (59)  La noticia fue recogida por la revista Vida Marítima en su número 700 (15 de octubre de 1921, p. 290). Añadía el siguiente comentario: «No tenemos autoridad para dar juicios, y menos en una revista profesional de la índole de ésta, sobre las consecuencias que estos hechos puedan acarrear respecto a la organización futura de los barcos de combate». (60)  FABRA: «Empiezan los discursos acerca del desarme», en La Voz, 14 de noviembre de 1921; «Inglaterra y Japón aceptan el desarme naval», en El Imparcial, 15 de noviembre de 1921. 22 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 141


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