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opresor extranjero) y dieron carta de naturaleza, erróneamente y creyendo de buena fe dignificar de ese modo la heroica conducta del pueblo español, a la terminología «de la Independencia». Aunque España era independiente y, naturalmente, «no se forjó o creó como Estado en su lucha contra Francia en aquel período », la aureola romántica adoptó esa reduccionista y contraproducente terminología que acabó siendo consagrada en casi todos los ámbitos hasta que, desde 2008, año del bicentenario, comenzó a ser puesta seriamente en tela de juicio. Efectivamente, la temprana obra del militar e historiador Francisco Javier Cabanes, en su primera edición de 1809, adoptaba el título de Historia de las operaciones del ejército de Cataluña en la Guerra de la Usurpación, completada con la expresión «o con la participación de elementos aliados británicos y en un contexto general de guerra en gran parte de Europa. La terminología decimonónica de «la independencia» colisiona además frontalmente con la entidad histórica de España desde que es reconocida como tal, como ente político soberano y diferenciado. Por ello, se trata también de una terminología política y culturalmente muy inconveniente. La Puerta del Carmen, en Zaragoza, vestigio de la muralla de la ciudad donde se aprecian los efectos del asedio durante la guerra de 1808 sea, de la independencia de España». La referencia a la usurpación se realizaba en clave claramente dinástica (usurpación por Napoleón Bonaparte de la Corona de Fernando VII), mientras que la alusión a la independencia de España constituía una de las primeras utilizaciones de esta denominación referida a esa guerra concreta. Las obras de los historiadores Cecilio López, Muñoz Maldonado y Agustín Príncipe, en la primera mitad del siglo xix, denominaban el conflicto «guerra de la Independencia», y también Jovellanos y otros contemporáneos 64  /  Revista Ejército nº 929 • septiembre 2018 se refirieron a este en clave de independencia. No obstante, como hemos adelantado, en los últimos años, especialmente desde las conmemoraciones del bicentenario, una rigurosa revisión historiográfica de este período ha ido dejando de lado esa denominación de sello decimonónico. Es preciso, pues, dejar claro que la guerra iniciada en España en 1808 no fue un conflicto independentista, sino que respondió a las características de un proceso complejo, bélico y cuasirevolucionario a un mismo tiempo, a favor de las libertades y contra el absolutismo por un lado y defensor de la legalidad y de la legitimidad dinástica por otro. Todo ello


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