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EL NAUFRAGIO DEL VAPOR DE RUEDAS PIZARRO EL 11 DE SEPTIEMBRE ... Por fin, a las cinco de la tarde del día siguiente, pudo el Pizarro entrar en el dique flotante, tras haber solicitado por vía telegráfica su comandante, el citado Aguado y de Rojas, turno para entrar en él. La plana mayor del buque estaba integrada, en calidad de segundo, por el teniente de navío de 1.ª clase Joaquín Lazaga, el teniente de navío Luis Ibáñez, los alféreces de navío Enrique Capriles y Manuel Godínez, el contador Luis Cueto, el médico Joaquín Mascaró, el capellán Luis Yebra y el 1.er maquinista Juan Carbó. La dotación se completaba con 16 clases y 126 marineros. También iba a bordo un único pasajero. Las órdenes especificaban que tras la carena debía hacer escala en Fayal (Azores), con objeto de reabastecerse de combustible, para luego dirigirse a Vigo. Si, llegado el caso, el consumo de carbón fuera excesivo, se le permitía tomarlo en Bermudas. El buque se encontraba, en general, en buen estado. Su casco hacía de 10 a 14 pulgadas de agua a las veinticuatro horas, algo normal para un barco de sus años y que, desde luego, no representaba ninguna amenaza a su estanqueidad. Tanto sus aforros como las cuadernas estaban en perfectas condiciones. Su arboladura también presentaba buen aspecto, y las bombas de achique funcionaban bien, excepto la de la patente Danton, que se encontraba en el sollado. A pesar de las buenas condiciones meteorológicas, el buque no llegó al puerto de «San Thomas» hasta las tres de la tarde del día 10, debido a que la velocidad máxima que logró alcanzar durante momentos concretos de la travesía fue de cinco nudos. Pasó de inmediato al dique, pues aquel se encontraba sumergido para recibirlo, quedando en seco a las ocho y media de la noche. Cuando al día siguiente se pudo reconocer su casco, aquel se encontraba repleto de todo un muestrario de fauna y flora marinas, a consecuencia de la prolongada permanencia del buque en las aguas cálidas puertorriqueñas. Llegada la noche, el mal tiempo hizo que, a toda prisa, se apuntalaran las escoras y se calaran sus masteleros; y, aunque se llegó a sopesar la posibilidad de que se inundara el buque para que quedara zafado de él, en vista de que la integridad de la nave en aquella situación peligraba, el tiempo cambió y no hubo necesidad de ello. Prosiguieron, pues, los trabajos de su recorrida hasta que se terminaron. Encargado el segundo comandante del buque de reconocer el casco junto al ingeniero del dique, dos de sus maestros y un carpintero y un calafate de a bordo, se levantó también el forro de cobre en diez puntos distintos, con el fin de ver el estado de la madera de la obra viva, y se comprobó que estaba en buenas condiciones. Una vez salió del dique flotante, y sin pérdida de tiempo, su comandante ordenó que se repusiera la aguada y carbón hasta ese momento consumidas, aparejando el miércoles 13 de agosto con rumbo a Fayal. Tras tres días de tranquila travesía, de la caldera proel de estribor comenzó a salirse el agua, por lo que tuvo que ser apagada. A las pocas horas, y por Año 2018 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 137


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