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ALEJANDRO ANCA ALAMILLO idéntica circunstancia, quedó inoperativa la de proa, y cuarenta y ocho horas después se vació la de popa pero, al repararse la primera que se había averiado, se decidió continuar viaje en cuanto hubo viento a favor. El caso es que, a pesar de todos los esfuerzos, la otra caldera de popa no pudo volver a ponerse en servicio, mientras que la única que hasta ese momento no había dado problemas dejaría de funcionar. Ni el comandante ni su segundo daban crédito a lo que estaba ocurriendo, pues una cosa es que las calderas estuvieran en mal estado, y otra que quedaran casi todas inoperativas a la vez. El comandante entonces decidió convocar una Junta de Oficiales, en la que tras exponerles que el buque carecía casi de propulsión propia, en su concepto se planteaban sólo dos opciones: o volver a «San Thomas» o Puerto Rico, o poner rumbo a las islas Bermudas con el objeto de ir a reparar al arsenal de San Jorge. Como lo primero no era factible al existir vientos desfavorables, se decidió poner rumbo a las Bermudas, adonde se llegó el día 22, quedando el buque fondeado fuera de puntas del puerto de San Jorge al ser informados por el práctico de la prohibición de amarrar en él hasta que no se tuviera la autorización expresa del gobernador. El caso fue que, enviado un oficial a entrevistarse con el vicecónsul para informarle de la comprometida situación en que se encontraba el buque, este enviaría una nota al gobernador expresando la más enérgica protesta por el hecho de obligarle a dilatar su entrada en aquellas circunstancias, a lo que la máxima autoridad de la isla contestó pidiendo disculpas e informando de que dicho práctico sería castigado por su modo de proceder. De esta manera, a últimas horas de la tarde ya, el Pizarro embocó el puerto, quedando amarrado frente al muelle de carbón. Al poco de haberse apagado y vaciado las calderas, se declaró una inundación en la sentina, que a las tres horas de ser detectada alcanzaba una altura de 1,70 metros. Como, con las bombas de achique, la dotación a duras penas podía contener la inundación, se decidió que aquella se colocara en cadena para que, manualmente y por medio de cubos, se extrajera de manera más rápida el agua. Gracias a ello, nueve horas más tarde el nivel no superaba los 15 centímetros. Con el fin de comprobar la estanqueidad del casco, el comandante ordenó al día siguiente que fuera reconocido con exhaustividad, pero no se encontró boquete alguno en él. De hecho, el buque, una vez achicado, volvió a hacer las normales 14 pulgadas de agua en veinticuatro horas que hacía cuando salió de Puerto Rico. El suceso se achacó a que alguien de la dotación había abierto por equivocación el grifo de inundación. Los días siguientes se dedicaron a la composición de las calderas, si bien desde el primer momento los operarios que procedieron a ello advirtieron de que por su deplorable estado no podían responder por completo de su reparación. El día 31 la isla fue azotada por un huracán, por lo que el buque se tuvo que aguantar como pudo con las anclas. 138 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 142


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