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ron el llano y empezaron a remontar las alturas hacia el collado existente entre la cota 706 y Mehasaim, todo ello sin escuchar un tiro y en completo silencio. Aquello resultaba muy extraño e inquietante. De repente, las dos secciones de la 8.ª compañía que protegían la retaguardia recibieron un intensísimo fuego rasante de fusilería y ametralladoras que convirtieron el valle en un infierno y produjeron, en cuestión de minutos, numerosas bajas. Se trataba de la tercera emboscada sufrida por unidades de la II Bandera desde el inicio de las operaciones. La primera fue a la 3.ª sección de la 7.ª compañía el 24 de noviembre, cuando acudía en socorro de Telata. La segunda, el 5 de diciembre, a la 6.ª compañía, en Alat Ida Usugún. Ahora, el 8 de diciembre, le llegó el turno a la 8.ª. Ni los tenientes Colldefors y García Calvo ni sus jefes de pelotón lograban detectar los orígenes del fuego enemigo, ya que el lugar elegido por los rebeldes era una zona elevada provista de abundante vegetación. Dueños de la situación, las bandas de liberación tiraban a placer sin que les afectasen las imprecisas respuestas de los paracaidistas, que disparaban a unos enemigos invisibles. No se disponía del apoyo aéreo solicitado ni del fuego de morteros por falta de munición. No siempre se enlazaba con aquellas radios obsoletas y en esta ocasión no había enlace con el jefe de la bandera. Era imposible recibir ningún apoyo ni tampoco existían refuerzos ni reservas. Todo sucedía precipitadamente. Cuando las dos secciones de retaguardia realizaban cortos contraataques para disuadir al enemigo normalmente se sufrían nuevas bajas que se sumaban a las ya producidas. Lo mismo ocurría al ir a evacuar a los muertos y heridos más graves, que no podían andar por sí solos, produciéndose más bajas entre el personal que lo intentaba. Pero llegó un momento en el que no había ya posibilidad de detenerse para hacer frente al enemigo y auxiliar a los heridos, pues los rebeldes amenazaban con envolver por los flancos las dos secciones paracaidistas, aniquilarlas y quedar sin protección la retaguardia de la columna. En pocos minutos las demostraciones de valor individual o de sacrificio personal entre los caballeros legionarios paracaidistas (CLP) se multiplicaban. Este es el caso de Vilariño que, con el estómago destrozado, se negó a ser evacuado, alegando que él ya estaba listo y no quería que por su culpa muriesen compañeros. Allí se quedó cuerpo a tierra disparando hasta morir. Y el CLP Zambrano que, herido en un brazo, en lugar de correr hacia sus compañeros 18  /  Revista Ejército nº 932 • Extraordinario noviembre 2018 para ser evacuado se lanzó en sentido contrario haciendo fuego hasta perderse entre el enemigo. O el CLP Jardín, que murió al intentar salvar a un compañero herido. Sus amigos Albacete y Morales, percatados de ello, también perdieron la vida al intentar recoger su cuerpo. Otros paracaidistas fueron heridos en el empeño. El continuar así, más que una temeridad, era un suicidio. La situación era angustiosa y la decisión de Román Páez muy difícil, pues tenía que elegir entre no abandonar a ninguno de sus paracaidistas muertos o heridos o cumplir la misión de proteger a los heridos, mujeres y niños que marchaban con la columna de mulos. De no hacerlo quedarían a merced de un ventajoso ataque de los rebeldes que podría provocar un verdadero desastre. Se trataba de una de las decisiones más difíciles que se le puede presentar a un militar. El capitán, con voz seca y convincente, tras una reflexión sensata, ordenó a sus tenientes: «se ha de continuar adelante, manteniendo el despliegue y protegiendo el grueso de la columna». El dolor del que daba la orden y de los que tuvieron que acatarla, dejando a subordinados y compañeros en poder del enemigo (a pesar de la certeza de que muchos estaban muertos), era tan cruel como la propia muerte. Según cuentan, a lo largo de su vida el capitán Páez jamás lo superó ni encontró consuelo por su valiente y única posible decisión. Aun así, la presión enemiga iba en aumento con la llegada de las bandas procedentes de Tiugsa, pues tras su


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