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TEMAS GENERALES misma procedencia. Realizó 1.200 obras de infraestructura y, con un tráfico ferroviario infernal organizado por profesionales, fue capaz de sacar de los tajos de La Culebra todo el material de escombro con el que antes no se sabía qué hacer, enviándola directamente a la construcción del nuevo puerto de bahía Limón, o al otro extremo, al gigantesco dique del Pacífico, que conectaría con tierra el islote de Naos y la inmensa explanada sobre la que un día se levantaría la ciudad de Balboa. Mantenida la malaria a raya por Gorgas —al que respaldó plenamente—, la obra del canal empezó a funcionar. Con Stevens llegó a trabajar a Panamá un contingente de 8.000 vascos, muy apreciados por Gran Cigarro por su rendimiento frente a los caribeños. Cinco: el trabajado y costoso éxito Quedaba, no obstante, por resolver la cuestión más difícil: cómo sería definitivamente el canal de Panamá. Apoyado en todo por Roosevelt, del que era su ojito derecho, Stevens se inclinó abiertamente en el Congreso por el puente de agua del barón Godin de Lépinay, atribuido a varios diseñadores hidráulicos norteamericanos. La solución se impuso, pero no sin herir el orgullo del vicepresidente Taft que, pacientemente y tras la destitución de Wallace, había ido formando su propio equipo de ingenieros hidráulicos procedentes de las obras de los Grandes Lagos norteamericanos, donde se llevaron a cabo formidables esclusas. Estaba dirigido por un discreto pero muy eficiente ingeniero del Ejército, el mayor George Washington Goethals, que tenía como lugartenientes a William Sibert y a David Du Bose Gaillard. El primero construiría la magnífica presa de Gatún, que da origen al gran lago artificial del mismo nombre, y el segundo entregó su vida —murió por exceso de trabajo— en el tajo maldito, La Culebra, que en nuestros días lleva con justicia su nombre (paso Gaillard). En 1906 Theodore Roosevelt, consciente de que todo iba viento en popa, decidió ir a Panamá a bordo del acorazado USS Louisiana en la peor época, las lluvias, realizando una memorable visita en la que recorrió los tajos embarrados y llegó a ponerse al mando de una excavadora Slaven. No fue capaz, sin embargo, de percibir que su baza principal, Stevens, estaba a estas alturas bastante quemado, y a principios del año siguiente (1907), después de un invierno especialmente duro, escribió al presidente una carta muy franca en la que reveló que el proyecto, una vez solucionado, ya no le interesaba, que le parecía una obra fácil si no fuera por los gigantescos volúmenes y que construirla solamente por la gloria de un presidente no le entusiasmaba en absoluto. Roosevelt no podía creer lo que estaba leyendo; los genios nunca han sido fáciles de comprender. De acuerdo con Taft, se decidió el inmediato relevo de John Stevens por George Goethals. 2019 413


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