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Revista_Ejercito_937

Representación de una formación de hombres a pie en el Beato de Saint Severt, del siglo xi 55 de un mínimo espacio para moverse y poder protegerse mutuamente. Por eso, para cubrir un frente de 500 me‑tros sería necesario igual número de hombres. Continuando con esa perfecta for‑mación, insisto que idealizada a efectos de cuenta, serían necesarias al menos seis filas de profundidad, teniendo en cuenta formaciones an‑teriores o posteriores en el tiempo8. A esas filas habría que añadir los lan‑zadores, arqueros o lanzadores de jabalinas, situados más a retaguar‑dia, por lo que la profundidad total, teniendo en cuenta el armamento, no sería inferior a las diez filas. No obs‑tante, se ha de introducir un factor corrector, ya que lo más posible es que las primeras filas estuviesen muy cerradas, teniendo, a medida que se avanzaba hacia retaguardia, menor densidad, hasta llegar a los lanza‑dores, que necesitarían disponer de mayor espacio. Por lo tanto, no es aventurado pensar que para cubrir efectivamente un frente de 500 me‑tros eran necesarios 3500 o 4000 guerreros, número considerable para la época. Si nos remitimos a los ejem‑plos de batallas campales del perío‑do, nos encontramos que en Zalaca se dispondría de guerreros suficien‑tes para establecer un sólido frente y vencer los musulmanes aunque por los pelos. En Uclés, Tamīm ben Yūsuf aprovechó bien el terreno y cubrió un frente pequeño suficientemente, con lo que consiguió detener la carga de los siete condes y logró una victoria abrumadora. En Bairén los numero‑sos musulmanes se hallaban des‑plegados entre el monte Mundúber y la costa, la actual Gandía, cerrando el paso a la hueste del Campeador y del rey de Aragón9. A pesar de que la distancia era menor que la actual, re‑sultaba a todas luces excesiva, cosa que no pudo pasar desapercibida para el experto ojo del Cid, y resultó rota la línea por un decidido ataque y destrozado posteriormente todo el ejército musulmán. Con estos ejemplos pienso que ha quedado claro que para el desarrollo de la táctica musulmana, o, más pro‑piamente, almorávide, en una batalla campal era necesario el empleo de numerosas fuerzas a pie, que no dis‑pondrían de una clara e inequívoca cadena de mando sino que se agru‑parían por afinidades, tribus o clanes, con una elevada profundidad, fruto de su débil armamento defensivo y de la necesidad de incluir a los lanzadores. Sus enemigos cristianos confiaban sobre todo en la caballería, parte de la


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