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Y redunda más adelante: «El personal de tropa me pareció escogido, pues se componía en su mayoría de hombres robustos y no demasiado jóvenes y yo, como navarro, no podía menos de sentir aquella alegría al ver las boinas, al contemplar aquellos rostros donde se pintaban la honradez y el valor sereno, al oír el acento del idioma euskaro, el primero que balbucearon mis labios cuando comencé a andar» (loco citato, pág. 186). Aquí se mezclan (una vez más y no la última) los dos amores, perfectamente compatibles, a la patria grande y a la patria chica. Posee la abnegación que nace de la religiosidad que le empapa: « … La perspectiva del peligro no hace disminuir en nuestros pechos la confianza grande en la bondad de Dios, cuyos misteriosos designios nos han traído hasta aquí y sin cuyo permiso no se mueve la hoja del árbol». Así escribe en su Viaje a Canarias (véase La Avalancha, de Iturralde y Suit). Empapado del más alto espíritu militar, se da cuenta muy pronto de que el médico militar tiene sus propias ocasiones para demostrar tal espíritu. Cuando el ejército de África marcha hacia los llanos de Tetuán el enemigo se muestra numeroso y muy combativo: «Era un brillante escuadrón el que entonces cargaba y todos, así españoles como extranjeros, así los oficiales de armas como los de sanidad, iban a convertirse en soldados para decidir aquel trance supremo: yo sentía entonces la embriaguez del combate, la energía del valor colectivo, comprendiendo lo invencible, lo omnipotente de esos arranques de heroísmo, al ver la avalancha de acero que tan veloz se desplomaba sobre los que por un momento pudieron haberse creído triunfadores. Pero la emoción marcial que entonces hacía hervir la sangre de mis venas se hubo de disipar cuando al llegar a la cumbre me hizo ver Mr. Dejean a un pobre soldado que, tendido entre unas zarzas, pedía auxilio con lastimosas voces. Entonces me acordé de que el médico nunca debe olvidar lo que es y, envainando mi sable, que para nada hacía falta, salté del caballo Personal de tropa del cuerpo de sanidad militar. Siglo xix para cumplir mi verdadera misión» (La campaña de Marruecos, págs. 208 y 209). A su debido tiempo asumió total y completamente las virtudes que debe tener el jefe para ejercer cumplidamente 86  /  Revista Ejército n.º 937 • mayo 2019 el mando: la dirección, la coordinación y el control de sus subordinados. Pero en todo momento mostró valor: las 19 cruces, medallas y condecoraciones con que se le distingue (entre ellas algunas civiles) demuestran su valor y abnegación. El valor lo pone de manifiesto como médico, afrontando el riesgo de contagio en las epidemias de cólera y de fiebre amarilla que asistió; como médico militar, atendiendo a las bajas bajo el fuego enemigo (campaña de Marruecos, segunda guerra Carlista) y como militar sofocando una rebelión (surgida en ausencia de los oficiales) de su batallón de Cazadores de Barcelona, en el campamento de Torrejón de Ardoz. Por más que no podemos limitar su valor a un mero y esporádico «estar valiente» en una determinada acción bélica. Su valentía consiste en «ser


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