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104 FERNANDO GARCÍA SANZ firmado que obligase a España, pero sí unas poderosas razones de índole económico, comercial, financiero y hasta estratégico que desde antiguo vinculaban, por ejemplo, a España con Francia. La declaración de neutralidad fue simultánea a la garantía que ofreció el Gobierno español a Francia para atender todas las peticiones de abastecimiento que le fuera posible. Quedaba claro que esto no se podía llegar a saber, y había que negarlo si se filtraba una noticia en este sentido. Pero para entender esta ambigüedad de partida hay que comprender -insisto- la perspectiva que se tenía de la guerra en el mes de agosto de 1914. Al mismo tiempo, si España no podía ser beligerante -no tenía causa ni tampoco poder militar para ello, por este orden- el grado de protagonismo que podía alcanzar en un conflicto que, como todo el mundo coincidía en reconocer, iba a remodelar el mapa de Europa, solo podría conseguirse promocionando un hipotético papel mediador y, por qué no, como escribiera el propio ministro de Estado, conseguir que Madrid fuera el lugar donde se reuniera la previsible conferencia de paz. Neutralidad «matizada» y España valedora de la paz, eran pues las dos características fundamentales de la posición y de la ambición del Gobierno y de la Corona con respecto a la guerra. Pero por si hubiera alguna duda, un hecho un tanto estrambótico sucedido con el embajador de España en París, nos facilitó un documento donde los proyectos de España quedaron explicitados. A finales de agosto el convencimiento de que la guerra iba a ser breve era más fuerte que nunca, cuando las tropas alemanas se encontraban a pocos kilómetros de París. El Gobierno de Francia anunció que se retiraba a Burdeos. El Embajador de España, Wenceslao Ramírez de Villaurrutia, comunicó al ministro que se preparaba para seguir al gobierno. Reiteradamente se le ordenó continuar en París y se le explicó que no convenía que los Estados Unidos, cuyo representante diplomático había recibido también la orden de quedarse en París, pudieran acaparar todo el protagonismo de unas más que previsibles negociaciones de paz. Villaurrutia no era de la misma opinión, pensaba que era el momento de hacer un gesto hacia los aliados y, así, intentó por todos los medios, algo insólito, no cumplir las órdenes recibidas, alegando malas comunicaciones y confusión a la hora de descifrar los sucesivos telegramas que iba recibiendo.7 Esta actitud le costó el puesto de embajador, telegrama mediante del propio Alfonso XIII. El ministro de Estado, movido seguramente por la deferencia hacia un diplomático 7 Los datos de este conflicto fueron publicados posteriormente por el que fuera en esas circunstancias ministro de Estado. Vid. Bermúdez de Castro, Salvador (II Marqués de Lema): La dimisión del Marqués de Villaurrutia de la Embajada de España en París (1914), Madrid, 1929 (reúne los artículos publicados por Lema en La Época a lo largo del mes de diciembre de 1928). Gracias a este incidente, Villaurrutia supo transformar una evidente falta de disciplina en la aureola de aliadófilo militante y, por ello, aparecer como represaliado por el partido conservador. Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2019, pp. 104-144. ISSN: 0482-5748


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