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87 carlista infantería de Navarra, que se había ocultado entre las ondulaciones del terreno, efectuó al unísono sobre aquellas fuerzas miles de descargas de fusil. Finalmente, a las 3 de la tarde de aquel 24 de agosto de 1837, la caballería de Buerens intentó cargar sobre los carlistas avanzando hacia Cañada de la Cruz. El ataque fue repelido en un primer momento por los carlistas con cuatro piezas de artillería (la de Villar de los Navarros fue la primera batalla en que los legitimistas dispusieron de cañones, desde que la Expedición Real hubiera salido de Estella en el mes de mayo), mas en un segundo intento las tropas de la reina consiguieron avanzar (aunque continuamente hostigadas por el fuego de fusilería de la infantería navarra carlista) a lo largo de Val de Navarra, en dirección a Cañada de la Cruz. Pero allí les aguardaba la caballería carlista en perfecta formación y en situación favorable, pues se había instalado en lo alto de un extenso collado. El ejército carlista obtuvo, merced a una carga final, una victoria total y absoluta sobre el ejército isabelino Eran las 6 de la tarde y fue entonces cuando el brigadier carlista Joaquín Quílez (natural de la localidad turolense de Samper de Calanda) dirigió una gran carga secundado por el coronel navarro Manuel Lucus (conocido como Manolín por su baja estatura). Y, a pesar de que ambos murieron en la batalla a causa de las heridas recibidas por disparos de fusil, el ejército carlista obtuvo, merced a aquella carga final, una victoria total y absoluta sobre el ejército isabelino comandado por Buerens, quien a duras penas logró huir, herido en el pecho, desde la cercana localidad de Herrera de los Navarros en dirección a Cariñena, acompañado por unos pocos centenares de soldados de los 8000 que habían integrado, pocas horas antes, su división. EL FINAL DE LA BATALLA Las últimas refriegas tuvieron lugar al filo de las 9, casi al anochecer, momento en que se produjo la rendición del ejército isabelino. La batalla se había prolongado por espacio de más de ocho horas. El historiador Pirala escribiría años después sobre la batalla: «Pocas veces obtuvo ejército alguno más completa victoria que la que aquel día consiguieron las huestes carlistas». Las tropas enfrentadas (entre artillería, caballería e infantería) sumaban entre los dos ejércitos en torno a los 14  000 soldados, siendo el de los carlistas inferior en número, pues estaba integrado por tan solo 6000 combatientes, frente a los aproximadamente 8000 de que constaba la llamada división Buerens. En cuanto al número de bajas, pudieron haber estado en torno a las 1500 entre muertos y heridos por ambos bandos, siendo muy superior el número de víctimas que hubo en el ejército vencido isabelino. LOS PRESOS DE HERRERA Así mismo, de los aproximadamente 2000 prisioneros que los carlistas hicieron en la batalla de Villar de los Navarros 800 pasaron a engrosar las filas carlistas, por expreso deseo suyo, una vez se les hubo ofrecido tal posibilidad. Otros 1200 fueron hechos prisioneros (incluido el brigadier Ramón Solano) y despojados de la práctica totalidad de sus ropas. En pésimas condiciones, muchos de ellos descalzos, fueron conducidos a pie, escoltados por un batallón carlista, primero a Muniesa y posteriormente a Villarluengo, Cantavieja y otras plazas fuertes que los carlistas tenían en el Maestrazgo. El general carlista Ramón Cabrera (apelado el Tigre del Maestrazgo por su carácter aguerrido), que se hizo cargo de su custodia, los trató con gran falta de humanidad, hasta el extremo de que muchos de ellos murieron de hambre y frío. Finalmente los presos de Herrera (con este nombre se les conoció en los periódicos españoles de la época) fueron liberados en la ciudad castellonense de Segorbe, el 26 de marzo de 1838, en virtud de un canje con los soldados carlistas que habían sido hechos prisioneros en la debacle de Cabrera frente a Oráa (el 22  de septiembre de  1837, en la batalla de Arcos de la Cantera). Pero tan solo 200  de los 1200 presos iniciales hechos en la batalla de Villar de los Navarros alcanzaron su libertad aquel día, pues el resto había muerto a lo largo de los siete meses de cautiverio. El general Cabrera con su Estado Mayor. Cabrera y su ejército, álbum de las tropas carlistas de Aragón


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