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V CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO DE MAGALLANES Y ELCANO Desde 1492, a los objetivos mediterráneos se vuelven a añadir los atlánticos aunque los primeros continúan siendo más importantes y continuos en la política monárquica. Desde el otoño de 1492 se formó la llamada «armada de Vizcaya», porque allí se contrataron la carraca y las cuatro naos que la integraron, sus tripulaciones y su capitán general, Íñigo de Artieta. Sus operaciones se dirigieron durante los años 1493 y 1494 a proteger el tráfico marítimo desde la Andalucía atlántica y participar en el embarque de granadinos que emigraban al norte de África. Como es lógico, su presencia en la zona dio cobertura a la salida del segundo viaje de Cristóbal Colón al frente de la primera gran flota que se enviaba a las Indias (septiembre de 1493) y probablemente lo habría dado a la toma de Melilla proyectada para el verano de 1494, que no llegó a producirse. Por entonces, la firma del Tratado de Tordesillas entre Castilla y Portugal proporcionó mayor seguridad para la navegación en el Atlántico medio y así, al cabo, Artieta y sus barcos se integraron en la primera armada enviada a Sicilia para ayudar al rey de Nápoles, en enero de 1495, que fue seguida por otra a los tres meses. Aquéllas fueron las primeras operaciones a gran escala, con varias decenas de barcos que transportaban a escenarios lejanos grandes cantidades de tropas y armamento y permanecían en aguas del sur de Italia, muchos meses, incluso años, puesto que la guerra no terminó hasta 1498, con un fuerte coste económico. Por lo tanto, requirieron la atención continua de los reyes, que también organizaron una especie de «puente naval» desde los puertos andaluces hasta el Rosellón, con cientos de barcos mercantes dedicados a abastecer de trigo y cebada a las tropas que defendían los condados pirenaicos, e incluso reforzaron la ruta en el otoño de 1497, cuando el peligro parecía mayor, con una «armada de la mar de la costa de Cataluña». La precedencia dada a aquellas empresas explica por qué otras iniciativas navales se mantuvieron en mínimos o fueron de corta duración y no requirieron aportación económica de la monarquía, o bien esta fue escasa. Así sucedió con la toma de Melilla en septiembre de 1497, que corrió a cargo del duque de Medina Sidonia y, antes con las tres pequeñas expediciones de avituallamiento enviadas a La Española en 1495 y 1496 y con el tercer viaje de Cristóbal Colón, en los primeros meses de 1498, pese a su finalidad colonizadora. E igualmente con las conquista de La Palma y Tenerife, entre 1493 y 1496, para las que Alonso Fernández de Lugo se concertó principalmente con socios mercantiles. Sin embargo, la guerra contra el rey de Francia y las nuevas alianzas dinásticas contraídas por los Reyes Católicos, obligaron a prestar mayor atención al espacio Cantábrico-mar del Norte, habitualmente dejado en manos de la iniciativa privada. El viaje de la infanta Juana a Flandes para su matrimonio con el archiduque Felipe no podía hacerse por tierra en aquellas circunstancias y obligó a preparar una gran armada que zarpó a finales de agosto de 1496, rodeada por la habitual flota mercante que viajaba a Flandes todos los años, y 2019 211


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