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V CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO DE MAGALLANES Y ELCANO tormento. En muy malas condiciones, también eran susceptibles de fermentar y echarse a perder otros alimentos, como el tocino, los garbanzos, el pescado salado, el queso, etcécera. El ambiente insano favorecía la invasión de gusanos, gorgojos y otros representantes de la fauna a flote, dificultaba la curación de heridas, que podían llegar a complicarse hasta causar la muerte, y facilitaba la aparición y transmisión de enfermedades que podían llegar a ser plagas: cólera, escorbuto, fiebre amarilla, sarna, viruela, vómito negro y muchas otras. Para su curación, los enfermos eran llevados a zonas cubiertas del barco, donde eran atendidos por el barbero en lo material, y por un sacerdote en lo espiritual. Escorbuto En travesías largas, la tripulación sufría el azote del escorbuto, terrible enfermedad producida por la falta de vitamina C que llegaba a causar gran mortandad. Aparecía después de largos períodos sin ingerir alimentos frescos, y tener una dieta a base de productos secos, sobre todo galleta o bizcocho. Comenzaba con una fuerte hinchazón de las encías, seguida de caída de los dientes, hinchazones en diferentes partes del cuerpo y hemorragias internas. El afectado caía en un gran estado de postración, que le impedía realizar cualquier esfuerzo por mínimo que fuese, para terminar con su muerte en una o dos semanas si no recibía a tiempo atención médica y alimentación adecuada. Durante muchos años fue el azote de los navegantes. Se combatía con una alimentación fresca, rica en vitamina C presente sobre todo en los cítricos —naranjas, limones y otros—, que era imposible de adquirir sobre todo en navegaciones largas, alejadas de tierra y por ello de puntos de aprovisionamiento. Religiosidad La religiosidad estaba siempre presente en los hombres de mar. Bautizaban a los barcos con el nombre de santos. A las tierras que descubrían se les daba el nombre del santo del día. Y la precaria e insegura vida a bordo daba lugar a sentidas manifestaciones religiosas. Cuando el marino se sentía zarandeado por un fuerte temporal en medio del océano, con olas como montañas, vientos huracanados, cayendo rayos a su alrededor, y con un cielo plomizo que amenazaba con caerle sobre su cabeza, se daba cuenta de su pequeñez, y aún sin ser muy creyente, no dudaba en elevar los ojos al cielo y musitar una plegaria. Ya que como dice la copla: 336 Agosto-septiembre


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