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«ENTRE ALAMBRADAS». PRISIONEROS DE GUERRA ESPAÑOLES EN ESTADOS... acorazado. Tan solo el Pelayo –y no participó en el combate– era digno de tal nombre. La escuadra contaba con un único crucero acorazado, el Cristóbal Colón, desprovisto en ese momento de sus piezas principales y con dificultades en la recarga del armamento secundario; con tres cruceros protegidos: Infanta M.ª Teresa, Vizcaya y Almirante Oquendo, los dos últimos con deficiencias artilleras importantes, y con dos pequeños contratorpederos, Furor y Plutón, con un alcance de tiro inferior a los 500 metros, seis veces menor que el de la flota enemiga. Un tercero, el Terror, con serios problemas en sus calderas y en uno de los motores, había quedado en reparación en Fort-de- France (Martinica), poco antes de la batalla. Frente a ella se desplegaba una de las flotas más modernas del mundo, compuesta por cuatro acorazados de última generación (Texas, Iowa, Indiana y Oregon), dos cruceros acorazados (Brooklyn y New York), un cañonero (el Ericsson) y tres navíos auxiliares (Gloucester, Resolute y Vixen), todos ellos fuertemente armados, con grueso blindaje en la línea de flotación y en ambos costados, y una velocidad y alcance de tiro muy superior al de la escuadra española. A causa de la errónea estrategia adoptada por el almirante Pascual Cervera y Topete, quien decidió salir a plena luz del día, en fila y próximo a la costa –sin duda con el objeto de salvar el mayor número posible de vidas–, la batalla terminaría convirtiéndose en un auténtico tiro al blanco en el que los buques norteamericanos abrieron fuego concentrado contra cada uno de los barcos españoles, con efectos devastadores. En cuestión de una hora, nuestra flota había sido aniquilada por completo. A partir de entonces daría comienzo la lucha por salvar a los hombres. Los supervivientes del Infanta M.ª Teresa se echaron al agua tratando de alcanzar la costa a nado. De todos los botes disponibles, tan solo se había salvado del fuego una pequeña lancha de vapor. En ella pudo efectuarse un viaje de ida, sin retorno, hacia la playa, pues terminaría hundiéndose apenas iniciado el regreso. El almirante Cervera alcanzaría tierra acompañado en todo momento de su hijo Ángel a su costado y de un fornido marinero al otro. Malherido e inconsciente, tras recibir el impacto de varios fragmentos de un proyectil en el pecho, Víctor Concas, comandante del buque, consigue llegar también gracias a la ayuda de dos buenos nadadores3. Setenta y ocho marinos de su dotación no correrán la misma suerte, siendo víctimas de las explosiones durante el fragor de la batalla y de los tiburones en el agua, cuya presencia se había visto acrecentada al olor de la sangre fresca. Los hombres de este crucero y muchos de los del Almirante Oquendo terminarían por reagruparse en Playa Nimaniba semidesnudos, desarmados y heridos, la mayoría de ellos con astillas de madera incrustadas en torso y piernas. En la espesura les esperaban los rebeldes de Calixto García, dispuestos a acabar con su vida4. Tan solo un pequeño grupo, formado escasamente por un (3) RISCO, pp. 180-182. (4) Ibídem, p. 203. Año 2019 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 11


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