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JOSÉ ANTONIO TOJO RAMALLO centenar de soldados, logrará llegar a Santiago tras tres días de penosa odisea, acosados en todo momento por una partida de mambises capitaneados por Agustín Cebrero. La dotación del Oquendo no ha salido bien parada. Con solo dos lanchas disponibles, los supervivientes se dirigen a nado a la playa y ocupan aquellas en el traslado de heridos. El oficial al mando, juan de Lazaga y Garay, viendo perdido su buque, y ante el insoportable dolor de la derrota, se suicida descerrajándose un tiro en la sien5. Con él perecen casi un centenar de miembros de su dotación, entre los que se cuentan Sola –su segundo de a bordo, cercenado en dos por un proyectil–, el 3.er comandante, Matos, y los tenientes de navío Eugenio Rodríguez y Alfonso Polanco. Ambos torpederos (el Furor y el Plutón) han perdido parte de su dotación durante la batalla. El comandante Fernando Villaamil, lugarteniente de Cervera y jefe de la flotilla, perece también a bordo del Plutón junto con varios de sus compañeros. Los restantes alcanzarán la costa con ayuda de una ballenera y de los chalecos salvavidas con que cuentan. La situación en el Vizcaya tampoco es muy halagüeña. Con el único bote disponible se traslada a los heridos a tierra. El resto de la dotación se dirige a nado hacia la playa inmediata o termina siendo interceptada en el agua por los botes del Iowa del comandante Evans, que han salido a su rescate justo en el momento en que estos están siendo tiroteados desde tierra por los insurgentes cubanos y descuartizados por los tiburones en el agua. Su llegada resultará providencial. La situación llegará a tornarse tan sumamente tensa que el norteamericano amenazará a los rebeldes con bombardear sus posiciones si no cesan de disparar6. Uno de los oficiales yanquis describirá de modo desgarrador la llegada de los españoles a su barco, con los botes enfangados en sangre, llenos de hombres heridos y mutilados, y la entrega del sable por parte de su comandante en señal de rendición. Su gallardía y bravura habían sido tan grandes que su homónimo norteamericano lo rechazó, permitiéndole lucirlo al cinto a pesar de su condición de prisionero7. (5) El Mundo Naval Ilustrado, núm. 30, 15 de julio de 1898, p. 327, y MENDOZA Y VIZCAíNO, p. 195. Esta es la versión más extendida y la que figura en la mayoría de los documentos consultados, incluido algún soneto dedicado a su persona. Circuló, no obstante, otra, una cuyas muestras puede encontrarse en el diario La Opinión de 10 de octubre de 1898 (pág. 2) y donde se sostiene que, aquejado de una dolencia cardiaca agravada desde su llegada a Cuba, el comandante fallecería en el interior de su barco, llevándose súbitamente las manos al pecho y cayendo desplomado entre el humo y las llamas. (6) «I lowered all my boats and sent them at once to the assistance of the unfortunate men who where being shooting by dozens or roasted on the decks. I soon discovered that the insurgent Cubans from the shore were shooting on men who where struggling in the water after having surrendered to us. I immediately put a stop to this, but could not put a stop at the mutilation of many bodies by the sharks inside the reef». The Wortington Advance, 14 de julio de 1898, p. 1. (7) RISCO, p. 207, y El Correo Militar, 19 de septiembre de 1898, p. 2. El testimonio del oficial norteamericano fue traducido y publicado también en España: «Aquel hermoso acto no se borrará jamás de mi memoria. Estreché la mano de aquel valiente español y no acepté su espada. Un sonoro y prolongado hurra salió de toda la tripulación del Iowa». 12 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 146


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