KURSK (Thomas Vinterberg, 2018) En agosto del 2000 la Flota rusa del Norte se desplegó en el mar de Barents para un importante ejercicio naval. Una década después de la caída del Muro de Berlín, el recién nombrado presidente Putin quería demostrar que la fuerza naval de su país, lejos de estar oxidándose en los diques, volvía a lo grande. Pero, como si fuera una broma macabra, como si se estuviera celebrando el colapso de la URSS, el moderno submarino Kursk de la clase Oscar II ––a alguno se le ocurrirá quitarle las dos «k» al nombre del buque–– se perdió con toda su dotación a bordo después de sufrir dos enormes explosiones. El director Thomas Vinterberg se ha basado en aquel desastre y en la novela A Time to Die, de Robert Moore, para dirigir Kursk, su última película. En las casi dos horas de metraje, amparándose en que nunca se sabrá del todo la verdad de lo sucedido, el director danés ha dado su versión particular de lo que ocurrió, tanto en el interior del submarino como en el exterior. Si atendemos al guion de la película, la fuga de peróxido de hidrógeno en el torpedo de ejercicio es la teoría más plausible que explica la primera explosión. Mientras que la segunda, la que destrozó al submarino, tiene que ver con las altas temperaturas que hicieron detonar el resto de torpedos de combate. Los hechos que se narran a continuación se basan en notas escritas por los 23 supervivientes que se refugiaron en un compartimento de popa y en las inevitables licencias dramáticas que se permite el director en beneficio de la acción —y en alguna que otra falsedad; un ejemplo: en las maniobras de rescate no fue solo un sumergible ruso el que lo intervino, sino dos, eso sí, ambos obsoletos—. Independientemente de la veracidad de los hechos que se cuentan, la película se queda a medio camino entre un drama con trasfondo político y una cinta de catástrofes, sin llegar a convencer del todo en ninguno de los dos aspectos. No obstante, en el primer 2020 351
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