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ámbito se siente más cómodo Vinterberg al subrayar la falta de decisión rusa al tardar cinco largos días en aceptar la ayuda exterior. Las reticencias de Moscú, que no quería quedar en ridículo y tampoco deseaba mostrar al «enemigo» los secretos del Oscar II, son las causas que alega el cineasta para explicar tal postura. Apoyado en actores consagrados, como Colin Firth, Max von Sydow o Pernilla August, la parte de denuncia política es adornada con planos generales que contrastan con los claustrofóbicos relativos a la agonía de los náufragos. Precisamente, es dentro del submarino donde no se termina de redondear el largometraje. Y eso que las tomas con poca luz y con el objetivo al hombro forman parte del bagaje cinematográfico de un director que formó parte de Dogma 95. Thomas Vinterberg, junto a Lars von Trier, creó aquel movimiento vanguardista que huía de las artificialidades, de los efectos de luz y sonido, y que abogaba, entre otras cosas, por la cámara en mano. Su experimento Celebración (Festen, 1998) fue todo un hito de los noventa y a día de hoy todavía se considera como su obra maestra. No podemos decir lo mismo de Kursk. Quizás aspectos relativos a la producción tengan que ver con el relativo fracaso de la cinta. La película en un principio iba a rodarse en Rusia, pero al final no se obtuvo el correspondiente permiso (de nuevo el recelo ruso, esta vez en la realidad y no en la ficción), por lo que se tuvo que filmar la cinta en Tolón casi un año después de lo previsto. De hecho, muchas de las escenas del interior del buque siniestrado corresponden al submarino francés Redoutable, convenientemente tuneado para parecerse a la nave soviética. Por otro lado, el hecho de alternar la historia de las familias con la de los supervivientes incide en la pérdida de tensión a bordo del submarino. Si Vinterberg se hubiera dedicado únicamente a narrar lo sucedido en el compartimento nueve de popa, quizás estaríamos hablando de una gran película. Porque los mimbres para serlo estaban ahí: los puntos de impulso son los adecuados para un drama como este. Así, la angustiosa búsqueda bajo el agua de los cartuchos para el generador de oxígeno de emergencia es tan agobiante como la mejor secuencia de La aventura del Poseidón (The Poseidon Adventure, Ronald Neame, 1972), el paradigma de las catástrofes navales en el cine. También habría funcionado la estrategia del «palo y la zanahoria», igual que hizo Wolfgang Petersen en El submarino (Das Boot, 1981), es decir, dar esperanzas a los sufridos marinos para después quitárselas de un plumazo (cuando llega el primer sumergible de rescate, cuando logran el ansiado oxígeno, cuando parece inminente el rescate aliado, etc.). Pero, claro, todo esto exige una continuidad en la narración, cosa que le falta a Kursk. Si bien la película no es del todo fallida, da la impresión de que Thomas Vinterberg, muy lejos ya de su Dogma 95, incumpliendo todos los preceptos de aquel movimiento, diría que completamente en contra de él, se queda algo perdido en las profundidades de una superproducción como esta. Fernando DE CEA VELASCO CINE CON LA MAR DE FONDO (Retirado) 352 Marzo


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