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dos que tuvo como tenor al cabo mecánico del Hespérides y como coral al resto de su dotación al tiempo que el contrapunto lo hacían los científicos y algunos de los participantes de las asociaciones; en fin, compartir este tipo de melodías une mucho a los peregrinos, que dedican su vela a intentar identificar a los artistas del bel canto, para mudar convenientemente la ubicación del saco en días posteriores. La tercera jornada, era de apenas dieciséis kilómetros, por lo que se decidió retrasar un poco la salida visitando la iglesia de Iria Flavia, principal puerto de la zona en época romana, que dispone a su alrededor de un curioso cementerio centenario, entre cuyas tumbas cuenta la de Camilo José Cela, sencilla, con prohibición expresa de su «inquilino» de ser limpiada, a la sombra de un olivo que, dijo, plantar el mismo, pero que por su longevo aspecto debió ser otra más de las fábulas a las que nos tenía acostumbrados el excéntrico escritor. Luego procedimos a visitar la Casa Museo de Cela, impresionante mansión que acoge en su interior la obra de una vida inquieta y comunicativa, de un perfeccionista continuo de sus escritos, un trotamundos, polémico, ilustrado y amante de la vida que llegó a ser premio Nobel. Esta demora pasó factura a los «pingüirinos», la ola de calor hizo de nuevo presencia desde primeras horas del día convirtiéndose en compañera insufrible, el caminar se hizo más lento, las paradas más continuas y dilatadas, las ampollas. La peregrinación no es un camino de rosas, si alguien lo había olvidado considerando los últimos acontecimientos vividos era el momento de despertar a la dura realidad. Las fuentes de agua fresca se convirtieron en auténticos oasis, los múltiples lavaderos un alivio para los pies, la sombra bajo las arboledas eran más buscadas que los bichos del Pokemon, y las palabras de ánimo de los paisanos que aparecían a nuestro encuentro, bálsamo vigorizante. Paso a paso, en ascenso el último tramo, alcanzamos el polideportivo de Milladoiro, lugar de la última pernocta, en goteo continuo, como el primer día, siendo recibidos con vítores y aplausos por los que nos habían precedido, recuperados tras una ducha reparadora, y ante una fresca jarra de cerveza (hace pensar lo rápido que es capaz de recuperarse un peregrino si cuenta con los mejores remedios para ello, y con qué poco se conforma), saber apreciar lo auténticamente sencillo, lo que se comparte, reconocer el esfuerzo y sufrimiento, aceptar los límites personales, sin más; priorizar lo realmente necesario sobre lo accesorio, todo ello produce una curiosa felicidad interna que se ve diluida a los pocos días de abandonar el Camino y que es, quizás, uno de los motivos que mueven a repetir la experiencia una y otra vez. Nos esperaba una noche especial, reservada para nosotros, «pingüirinos» y peregrinos, una cena de confraternización que no decepcionó. Se unieron a ella nuestros amigos de Correos, gracias a su apoyo la peregrinación pudo vivirse de otro modo, ellos hicieron posible que, si bien el calor estuvo presente de modo continuo, las subidas tuvieran pronunciadas pendientes y los descensos no fueran tan cómodos ni prolongados como se deseaba, al menos la sonrisa tuviera un carácter permanente gracias a la visita diaria del furgón de Correos que aliviaba de la pesada carga a la mayoría de los presentes y que dio sentido a su lema promocional de «Correos con el Camino». Abrazos, cánticos, palabras de reconocimiento, intercambio de presentes, un buen churrasco, pero sobre todo hermandad, sensación de compartir, de hacer realidad un BIP 25


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