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! ¡A cubierta Estuve cinco años trabajando en lo que podía, durante los que aprendí múltiples oficios que me permitieron ganarme la vida de forma más o menos decorosa, hasta que de repente, un buen día de julio de 1992, me enteré de que la Armada estaba «recuperando» a algunos de los cabos primeros que estábamos en mi situación, y sin dudarlo ni un instante —nunca dejé de sentirme marino— solicité el reingreso. Pasé unas pequeñas pruebas y fui destinado al Mando Anfibio, concretamente al Castilla —no el actual, sino otro anterior—, buque enorme para lo que había visto hasta entonces y que provocó en mí una gran alegría por la novedad. Allí tomé conciencia de las dificultades de las operaciones anfibias y me informaron grandes profesionales que, una vez más, estaban a mi lado para enseñarme. Sin salir de Cádiz, mi siguiente destino fue el Grupo Naval de Playa, donde ejercí como patrón de Echo, las lanchas de desembarco más grandes que había. Hice después el curso de aeronaves en Rota y comencé una nueva andadura en la Flotilla de Aeronaves. Tras un breve tiempo allí, solicité embarcar en el Juan Sebastián Elcano, nuestro buque- escuela, donde no pude navegar debido a un accidente. Me facilitaron un nuevo destino en el Patiño, por entonces en quilla en 1995, y tengo que decir que este buque marcó uno de los hitos de mi vida militar. Allí experimenté la operatividad de forma intensa, transbordando toda clase de materiales, con salidas todos los años en las agrupaciones de la OTAN por el Atlántico Norte, interactuando con buques de numerosas nacionalidades y posibilitando un crecimiento enorme en mi experiencia como marino. Era un buque nuevo, con unos profesionales espectaculares y un mando duro pero justo, que nos exigía mucho pero también sabía reconocer el esfuerzo. Tras cuatro intensos años fui destinado a la estación radiorreceptora de Almatriche en Las Palmas de Gran Canaria, lo que supuso un cierto descanso tras el Patiño, pero al cabo de dos años solicité la vacante que cambiaría mi vida militar: el Hespérides. En el año 2001, embarqué por primera vez en él y mi vida cambió para siempre. Aquello no tenía nada que ver con lo que había vivido en la Armada hasta ese momento. Cruzar una vez al año el Océano Atlántico para bajar por toda Sudamérica, dejar atrás el Cabo de Hornos para pasar el Estrecho de Drake y encontrarme con la Antártida, supuso para mí una auténtica conmoción; una impresión de la que no me he recuperado ni aún quince años después. Creo firmemente, que una persona que tiene la posibilidad de conocer la Antártida, de navegar por sus aguas, no tiene disculpa si no lo hace. El espectáculo es de tal magnitud que empequeñece a todo aquel que lo observa por primera vez. El contacto con la naturaleza es íntimo y permanente allí, y poder trabajar apoyando a la comunidad científica cada día de la campaña resulta ciertamente estimulante. Estuve dos años y recalé después en 2004 en Madrid, en la «SEPEC» durante casi cuatro años en los que desarrollé una labor completamente distinta, de gestión administrativa. Con todo, no pude resistir la tentación de solicitar 4 BIP Creo firmemente, que una persona que tiene la posibilidad de conocer la Antártida, de navegar por sus aguas, no tiene disculpa si no lo hace. En el Patiño, Amberes. Portada del libro.


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