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REVISTA GENERAL DE MARINA DICIEMBRE 2016

RUMBO A LA VIDA MARINA desafíos climáticos, tenían la comida asegurada, y con ella también el éxito de su misión. Los verdaderos problemas de supervivencia a nivel de grupos aparecen con el escalón de los carnívoros, que consagraron en aquella naturaleza implacable la ley de «vivirás comiéndote a los demás y procurando no ser comido por otros», que en la mar del Ordovícico ya se empieza a popularizar en la máxima de que «el pez primitivo grande se come al pez primitivo chico». En todo este dilatado período de tiempo, que empezó con la llamada explosión del Cámbrico (explosión de vida marina, por supuesto), se fueron asentando en tierra firme gusanos como las planarias y otros, moluscos acorazados con su concha y diversos invertebrados durante el Ordovícico Inferior. Y aparecieron los primeros artrópodos, con los escorpiones como pioneros en el Silúrico Temprano, y en el Carbonífero ya estaban en tierra los anfibios, recién transformados del pez pulmonado, danzando de aquí para allá y zampándose los muchos insectos que a su vez se comían los primeros y enormes vegetales del Devónico, que empezaban a vivir en lo seco tranquilamente. A partir de ahí ya conocemos el parte: «Tras el día D, hora H, las fuerzas del gran desembarco de la vida marina tomaron, en un arrollador y triunfal paseo militar, los últimos objetivos terrestres. Sin novedad en el frente». Nosotros sabíamos hace ya mucho tiempo que para encontrar fósiles debíamos dirigirnos a uno de esos paisajes tan abundantes en España donde las montañas aparecen estratificadas y donde predomina la piedra caliza. Y que era inútil buscarlos en las zonas en las que domina el granito (rocas metamórficas) o en las lavas y coladas (rocas eruptivas). O sea, que ni en una gran parte de Galicia ni en las islas Canarias los íbamos a encontrar. Sin embargo, en el cercano desierto del Sáhara, que entonces se llamaba Español (por donde el autor andaba hace más de medio siglo), los fósiles marinos eran abundantísimos porque el propio desierto de por sí era un vastísimo estrato en sustitución de una mar que había existido en la noche de los tiempos y de la cual eran testigos mudos las «sebtjas» o enormes mares interiores de sal fósil que salpican las planicies desérticas (en Túnez cubren una apreciable superficie de su territorio). De inolvidable recuerdo son las excursiones que hacíamos hace más de medio siglo por lo más agreste de la Sierra del Tremedal, en el Teruel profundo, el hoy retirado general de brigada de Intendencia de la Armada, Eduardo Hernández de Armijo y quien suscribe estas líneas. Salir a los fósiles era para nosotros una zambullida en las raíces del tiempo y, como si de un irresoluble enigma se tratase, también era bucear en los arcanos de la mar porque todo lo que encontrábamos tierra adentro eran especies marinas petrificadas, aunque la costa del Mediterráneo estuviese a cientos de kilómetros de distancia. Faltos entonces de una visión panorámica que nos permitiese racionalizar la totalidad del fenómeno, nuestra ignorancia nos acercaba a las «piedras labradas » de aquellos científicos decimonónicos que postulaban que los fósiles no 838 Diciembre


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