Page 39

REVISTA HISTORIA NAVAL 136 MAS SUP25

DAVID RUBIO MÁRQUEZ enviando y sosteniendo en Marruecos sin gloria ni provecho». El conde de Romanones, dirigente del Partido Liberal, se mostró disconforme con la decisión gubernamental. El rotativo Diario Universal publicaba, el 19 de agosto, un editorial sin firma con el título «Neutralidades que matan», en el que se criticaba la política gubernamental. El conde argumentaba que la intervención al lado de la Entente supondría una oportunidad de oro para España, que no solo se beneficiaría económicamente, sino que también podría ampliar sus posesiones africanas. En este punto de la narración es imprescindible que formulemos dos interrogantes: ¿había interés entre los dirigentes políticos españoles por participar en el conflicto bélico? ¿Tenía España capacidad militar para participar en la contienda? A la primera de las preguntas podemos responder taxativamente que no. Alfonso xIII deseaba permanecer neutral para poder asumir un papel importante como organizador de una conferencia de paz en la que España, presumiblemente, conseguiría por la vía diplomática muchas más cosas que por la vía militar. Al segundo interrogante responderemos utilizando las ya aludidas Memorias de Cambó: «España tenía que ser neutral (…) porque no podía ser otra cosa. Ni poseía ejército eficiente, ni tenía un ideal internacional». La primera de sus afirmaciones ha sido ratificada por las modernas investigaciones históricas. Un ejército incapaz de controlar Marruecos ¿podía aspirar a enfrentarse a los de las potencias europeas? Por otra parte, su flota resultaba insuficiente para defender, frente a una potencia naval, sus extensas e indefensas costas peninsulares, insulares y coloniales. La segunda afirmación requiere algunas matizaciones. España se había vinculado, aunque sin comprometerse a una intervención militar, con la Entente en virtud de los acuerdos suscritos en Cartagena en abril de 1907. Por otra parte, a pesar de la rivalidad con Francia generada por el control de Marruecos, Alfonso xIII ofreció al presidente de la República Francesa, Poincaré, garantías de seguridad que podrían permitir «al Estado Mayor francés desguarnecer la frontera pirenaica; un acuerdo más estrecho podría, también, facilitar a Francia puntos de apoyo para su escuadra en los puertos peninsulares e insulares de España e incluso el libre tránsito por territorio español, en caso de ser preciso el traslado a la metrópoli del xIx Cuerpo del Ejército francés, asentado en África». A pesar de la neutralidad oficial, la opinión pública española se dividió en dos bandos: germanófilos y aliadófilos. Para los primeros, Alemania era sinónimo de orden y autoridad. Lo integraban grupos tan dispares como los carlistas, conservadores, los personajes de la corte, el clero, los terratenientes, los altos funcionarios, una parte de los hombres de negocios y la mayor parte de los oficiales del Ejército y de la Marina. La Iglesia se convirtió en el principal dirigente de este grupo. Su fervor germanófilo les llevó hasta condonar la invasión de la católica Bélgica y a presentar al káiser como «un príncipe católico que quería castigar a la inmoral Francia y restaurar el poder temporal del Papa». Para los aliadófilos, al lado de Francia e Inglaterra estaban la libertad, la razón y el progreso. ¿Quiénes integraban este grupo? Era aún más dispar: los liberales monárquicos, los republicanos, los socialistas, la mayor parte de 38 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 136


REVISTA HISTORIA NAVAL 136 MAS SUP25
To see the actual publication please follow the link above