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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 914

urgencia por Naciones Unidas, había machacado también las posiciones serbias durante el último verano, tras las tomas de rehenes de la ONU y después de los últimos salvajes bombardeos so‑bre las calles de la ciudad. En sus laderas nevadas había perecido en las últimas semanas parte del equipo de los negociadores americanos en un terrible accidente de circulación que daría a su trabajo un inesperado tinte dramático y heroico. Cuando se llegaba por fin a la ciudad, y se conducía por la famosa avenida de los franco‑tiradores, se podía experimentar una angustia que parecía encoger el corazón. No era solo la sensación de peligro que daba el hecho cierto de estar bajo el fuego de algún fusil serbio, los «pacos», que así eran llamados en ambos bandos de nuestra Guerra Civil por su solitario y carac‑terístico sonido, «pac», que aquí había vuelto a dejarse oír con terrible nitidez y empecinamien‑to; también estaba la sobrecogedora desolación y ruina de la ciudad, que angustiaba aún más que el propio riesgo físico; las ruinas del periódico Slobjenje, con su torre semides‑truida, con tabiques desaparecidos, volados por las explosiones, con muros y ventanas desgarrados, al modo de un cadáver descarnado; los grandes edificios de aparta‑mentos también agujerados por los proyectiles de artillería, el hotel Holliday Inn con sus desconcho‑nes, desde cuya puerta Christianne Amampour emitía diariamente en directo para las noticias de la CNN; la catedral ortodoxa, con sus mu‑ros de piedra caliza perfectamente impolutos y lógicamente respeta‑dos por los proyectiles serbios; la incendiada biblioteca de Sarajevo, a pocos metros de donde una pla‑ca recuerda que allí un terrorista llamado Princip había dado me‑cha a la Primera Guerra Mundial al acabar con la vida del herede‑ro del Imperio austrohúngaro y su esposa; las filas de contenedores de tres pisos, a modo de barrera contra tiradores y a cuya sombra transitaban las gentes de Sarajevo para seguir con su vida de cada 28  REVISTA EJÉRCITO • N. 914 MAYO • 2017 día; porque las gentes de Sarajevo se negaban a rendir la villa, pero también rechazaban la clau‑dicación de sus propias vidas, se empeñaban en seguir sintiéndose orgullosos de su ciudad, de sus particularidades, de su anterior coexistencia pacífica entre los fieles de las cuatro religiones, ortodoxa, católica, musulmana y judía, y para ello, entraban, salían, trabajan, acudían a los cafés, se negaban a ser reducidos. Eran irreduc‑tibles también ellos, aunque cada día la soledad en que los dejaba el mundo exterior les aplanase un poco más, aunque el tremendo frío de aquel invierno del 95 pareciera querer entrar hasta el tuétano de sus huesos e instalarse allí para siempre, faltos ya de árboles que talar en los bulevares y parques de la ciudad. Los convoyes de Naciones Unidas les traían alimentos, pero necesitaban algo más, necesitaban alimentar su espíritu, alimentarlo, sobre todo, de esperanza. Pero volvamos a nuestro local del principio. ¿Qué ocurría para que ese día hubiese más clien‑tes que de costumbre? ¿Cuál era el factor que El cantante Joan Manuel Serrat, hilo conductor de este artículo


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