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terminantemente prohibido arrojarlo en el agua dentro del puerto, bajo fuertes multas a los contraventores. A veces, este se lavaba, de modo que podía usarse en varios viajes más como si fuera nuevo. En este caso se le llamaba lastre lavado. Bastante usual era el lastre a base de piedras. Se las calificaba de buen lastre cuando se trataba de guijarros de un tamaño tal que no podían ser tragados por las bombas de achique. había también el lastre grande, cuando las piedras eran grandes bloques, difíciles de manejar, de uso muy corriente en los navíos de guerra. El que suscribe recuerda haberlo visto en la fragata mixta de vela y vapor de la Marina de Guerra danesa Jylland, surta como museo en el puerto de Ebeltoft, allá por el año 1966. había también el lastre malo, que era todo aquel susceptible de empachar las bombas de achique, como la grava menuda u otros elementos semejantes. L. C. R. 25.094.—Fin de la vida activa profesional Uno de los actuales temas de debate en la sociedad es la edad de jubilación (retiro para los militares). Se tienen en cuenta factores económicos, demográficos, etc. La ciencia va consiguiendo prolongar la vida y se busca que la etapa final sea cómoda y tranquila. No faltan, sin embargo, quienes defienden que si un individuo desempeña una profesión de forma totalmente vocacional, debería serle permitido continuar en ella hasta el fin de sus días. En la profesión de las armas, se han visto épocas con criterios distintos; por ejemplo, el Reglamento para el Cuerpo de Contramaestres de la Armada, de 1871, no facilitaba demasiado el pase a la situación de retirado de sus miembros; decía que el retiro, si lo solicitasen, se les concedería «según las circunstancias que motiven la petición, a no ser que contase sesenta y ocho años o más, en cuyo caso se les concedería si lo solicitasen». P. G. F. 25.095.—Leyendas de la mar Según explica Francisco de Paula Capella (1823- 1901) en su obra Leyendas y tradiciones, en Cataluña hay quien cree en la existencia de un buque fantasma, arbolando banderas negras con esqueletos y dedicado a apresar o hundir las embarcaciones que se ponen a su alcance. Por toda España está bastante difundida la leyenda del hombre-pez, más conocido por Peje Nicolao, llamado a veces Peje Cola, personaje que surge de la obra del escritor inglés Walter Mapes (1140-ca. 1208), quien a fines del siglo XII vivió en Italia, donde se inspiró en un tal Nicola Pesce, un conocido buceador, que falleció de nostalgia al verse alejado de la mar. Con el tiempo el recuerdo de ese personaje se fue adornando, hasta hacerlo capaz de permanecer durante una hora debajo del agua y cambiar sus extremidades por aletas de pez, además de quedar su cuerpo recubierto de escamas. Una leyenda similar discurre en Cádiz, donde, a principios del siglo XVII, un joven, extraordinariamente amante de la mar, fue maldecido por su padre, condenándole a vivir en ese ámbito. Así lo hizo el joven, cuyo cuerpo se cubrió de aletas y escamas, convirtiéndose en un efusivo comunicante de los secretos de la mar a los navegantes. De la costa del Cantábrico surge la leyenda del joven de Liérganes, que estando nadando en un río desapareció, creyéndose que había muerto ahogado. Unos años más tarde, unos pescadores sacaron de la mar un extraño pez, parecido a un cuerpo humano, con unas tiras de escamas a lo largo del pecho y de la espalda. Al cabo de unos días de estancia en el convento donde lo llevaron, pronunció la palabra Liérganes, lo que trajo a la mente de todos el caso del joven ahogado en el río tiempo atrás. Su madre reconoció en él a su hijo y se lo llevó al hogar familiar, pero al cabo de poco tiempo el joven desapareció definitivamente, por lo que se cree que volvió a la mar, que era el entorno al que mejor estaba adaptado. Y para terminar este apunte no debemos olvidar a las sirenas. De ellas nos referiremos a la que forma parte de la leyenda que recoge MISCELÁNEA 358 Marzo


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