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RGM MARZO 2018

RUMBO A LA VIDA MARINA Un trío de «iluminados» en la mar de las tinieblas: un ctenóforo, un cefalópodo y el pez víbora, todos ellos con su peculiar sistema de «encendido» y, generalmente, buenos ojos. (Imágenes capturadas en internet). abismos. Dichosa ley de la gravedad. La norma general aquí será: «a menos luz, ojos más grandes; ojos más sofisticados». Más abajo y ya en la zona de tinieblas (sin entrar en detalles) nos encontramos con la gran sorpresa de un escenario insospechado, porque más que negrura es un trasunto del cielo estrellado, que parece una verbena con sus farolillos locos o una exhibición de pirotecnia con miles de luces intermitentes, luminarias explosivas, trayectorias erráticas, todas muy llamativas. Allí, la noche parpadeante de Las Vegas no es ni sombra de lo que es el bullicio luminoso de la mar de fondo. Y si, como norma general, aquí abundan las luces será porque también tiene que haber ojos que las miren. Y lo curioso es que, en principio, en una oscuridad ambiental absoluta los ojos no sirven para nada, hecho del que dan fe los animales de las cavernas que carecen de ellos porque no los necesitan ni tampoco los añoran. Es que son ciegos porque apenas vieron el sol en su evolución, ni hubo luz en su genealogía, puesto que nacieron ya hijos de la noche en las cavernas, mientras que, por el contrario, los de la noche marina, todos tienen ojos, entre los que alcanzan una gran perfección los de los peces y cefalópodos abisales. Todo ello nos lleva a suponer que estas criaturas proceden evolutivamente de la superficie marina, de ambientes iluminados y que en su exilio voluntario a las tinieblas submarinas no quisieron rehusar a sus ojos y por eso los conservan. Pero, claro, ¿qué hacemos nosotros cuando pasamos de un lugar iluminado a otro oscuro? Pues encendemos una linterna o chocamos contra las paredes. Lo mismo que hicieron las criaturas de los fondos marinos que, para poder ver, optaron por encenderse ellos mismos porque en las tinieblas de alrededor no se veía un carajo. Son las luminiscencias características de las criaturas abisales, peces con cabezas iluminadas que emplean como señuelo para atraer a sus víctimas; calamares que se encienden y se apagan rítmicamente en el celo, en una orgía de colores luminosos; criaturas en general que no han renunciado a sus ojos porque han sabido organizar un coloquio de luces que les permite comunicarse, aparearse, matar, morir, huir, atacar… a destellos. Y nosotros queremos 2018 281


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