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Me llamaron a fi las en 1981. Por entonces la guerra ya llevaba dos años, pero entre los civiles no se sabía mucho de ella y se hablaba poco. Nadie se preguntaba: ¿por qué de pronto los chavales de diecinueve años morían haciendo el servicio militar? Debemos ser conscientes de que los reclutas se habían criado bajo el comunismo, tenían fe ciega en este sistema, en la grandeza de la patria soviética y en la bondad de sus dirigentes. Además, el régimen trató de mostrar el confl icto de Afganistán como una intervención limitada en la que los soldados internacionalistas1 , como se llamaba a las tropas desplegadas en el país asiático, estaban contribuyendo a edifi car el socialismo construyendo escuelas y pozos en los kishlak2 afganos y ayudando al Gobierno local a enfrentarse a grupos de bandidos. Infundidos de ese espíritu, muchos jóvenes, de hecho, deseaban ir voluntariamente a Afganistán: “Fui a la ofi cina de reclutamiento y pedí: Destíneme a Afganistán”. Algunos incluso llegaban a maltratar a aquellos que trataban de librarse: Un tipo me confesó que tenía miedo. Yo le traté con desdén. Justo antes de irnos otro se negó a ir: primero mintió diciendo que había perdido el carnet, pero después el carnet apareció y él se inventó que su chica estaba en cinta. Yo lo consideraba subnormal. Les pegábamos. Nos mofábamos de ellos. Sin embargo, otros fueron engañados, como vemos en el testimonio de un soldado conductor al que los reclutadores le convencieron de que iba a ayudar a las cosechas en el sur probando vehículos nuevos: Ya en el avión nos enteramos por casualidad de que estábamos volando a Taskent. A la hora de comer, empezaron a traernos cajas y cajas de vodka. Colocados en fi la nos anunciaron que en unas horas vendría a buscarnos un avión militar: nos enviaban a la República de Afganistán. Unos lloraban por la ofensa, otros estaban estupefactos ante aquel increíble y repugnante engaño. Por eso habían preparado el vodka.(…) Para que tratar con nosotros les fuera más fácil. Los soldados se enfrentaban a la realidad de la guerra, en la mayoría de los casos, con una instrucción y material insufi cientes: las duras marchas por la montaña bajo un sol abrasador, las horas de espera, la angustia, las minas trampa, los tiroteos, el miedo, las horribles heridas de los cuerpos mutilados, la muerte. Al ver esto su visión cambiaba por completo. Muchas veces la muerte tan atroz de los soldados llevaba a sus camaradas a buscar venganza contra una población que les odiaba: El convoy pasaba por un kishlak. El motor del vehículo que iba en cabeza se encalla. El conductor baja de la cabina, levanta el capó... Un chaval, diez años, no más, le hinca un cuchillo en la espalda. Justo donde el corazón. El soldado cae encima del motor (…) Los niños le acribillan a cuchilladas (…) Si en aquel instante nos hubiesen dado la orden, habríamos reducido esa aldea a polvo. Otro de los hechos que más hacen al lector comprender la brutalidad que rodeaba a los soldados es el maltrato físico que recibían de los veteranos. Eran recurrentes los robos y las palizas que daban a sus compañeros, simplemente por el disfrute de hacerlo. Un soldado pone como ejemplo: 6 Armas y Cuerpos Nº 139 ISSN 2445-0359


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