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Un soldado novato no es más que un objeto. Se le puede despertar en plena noche para zurrarle (con sillas con palos, con puños, con patadas…). Se le puede dar una bofetada, zumbar a golpes (…) quitarle sus cosas…. El estrés del combate y la dureza de la vida en Afganistán empujaron a muchos soldados a las drogas y el alcohol con la intención de evadirse de la realidad. Llegaron a documentarse casos de intoxicaciones con anticongelante. En el libro pueden verse varios casos en los cuales se aprecia cómo mantuvieron esas dependencias al volver a casa, lo que provocó que tuvieran problemas familiares y que su reinserción en la sociedad civil fuese muy difícil. La vuelta a la Unión Soviética fue, sin duda, lo más duro. Los mutilados tenían que afrontar su nueva vida con pensiones irrisorias. Además, conforme la guerra avanzaba y los jóvenes volvían, los que lo hacían, lo que ocurría en ‘’Afgan”3 se convirtió en un secreto a voces. Esto causó cierto rechazo en la sociedad que vio a sus veteranos como asesinos e invasores. Los soldados que creían que iban a ser recibidos como lo habían sido sus héroes de la Gran Guerra Patria, se encontraron sin embargo con el rechazo y la incomprensión de numerosos compatriotas. Un soldado expresa muy bien lo que fue ese regreso, el sentirse desubicados, perdidos, y los trastornos postraumáticos y la depresión: En casa no nos necesitan. No necesitan nada de lo que vivimos allí. Todo aquello aquí resulta excesivo, incómodo. También nosotros resultamos excesivos, incómodos (…) Todo parece un pantano estancado (…) Nadie se preocupa de si existimos o no (…) Por las mañanas me despierto y me alegro si no recuerdo lo que he soñado. No le cuento mis sueños a nadie, pero se repiten (…) En un sueño estoy tumbado y veo mucha gente. Entonces comprendo que estoy tumbado dentro de un ataúd (…) Es un ataúd de madera, sin la cubierta de zinc. Visión de los militares profesionales La razón para separar a este grupo del resto de sus compañeros que combatieron a sus órdenes es que, al ser profesionales, se habían formado para esta guerra. Un teniente nos lo demuestra hablando de su etapa de formación en la Academia Militar: “Durante cinco años nos habían estado inculcando: Todos acabaréis allí”. No se cuestionaban las órdenes. Un teniente afi rma: “Nos enviaron allí, cumplimos órdenes. Cuando estás en el ejército primero tienes que cumplir las órdenes”. Además, en esta época ser ofi cial implicaba ser miembro del Partido Comunista. Eran los jefes los encargados de mostrar la importancia de su misión en defensa del socialismo. La afi rmación de un mayor jefe de batallón refl eja muy bien cuál era la actitud de este colectivo: La psicología de los militares profesionales es diferente. No importa si la guerra es justa o no. Allí donde nos mandan la guerra es justa, es necesaria (…) esa guerra también era justa. Nosotros nos lo creíamos, yo mismo, rodeado de soldados, hablaba de la defensa de las fronteras del sur, llevaba a cabo la tarea de educación ideológica. El estrés del combate y la dureza de la vida en Afganistán empujaron a muchos soldados a las drogas y el alcohol con la intención de evadirse de la realidad No obstante, ni siquiera los cuadros de mando fueron ajenos a la realidad de la guerra. También ellos se vieron aplastados por la dureza de la situación. Muchos sufrieron las mismas heridas que sus soldados. Un teniente zapador relata como perdió la pierna: Llevábamos dos días apiñados todos ahí…Pero yo salí un momento y cuando volví a saltar adentro (…) ¡Bam, una explosión! No perdí el conocimiento (…) Me llevaron al batallón sanitario. Allí me limpiaron la herida, me practicaron el bloqueo anestésico. Me cortaron la pierna nada más llegar… Esta situación hizo mella en su voluntad. Al igual que sus soldados, comenzaron a cuestionarse el porqué de su intervención en Afganistán, en especial por el trato que les daban las personas a las que iban a “liberar”, que los veían como enemigos, y por las órdenes criminales que recibían: “¿Qué defendíamos? ¿Una revolución? No, yo ya no creía eso”. La vuelta a casa tampoco fue fácil. También sufrieron la incomprensión de sus conciudadanos por el desconocimiento que había en la URSS: “Los periódicos se mantenían en silencio o simplemente mentían”. Conforme la guerra avanzaba, la sociedad sentía mayor hastío por las muertes que causaba y por el lastre económico que suponía. Esto provocó rechazo hacia los veteranos, y más si cabe hacia los mandos militares, ya que por su responsabilidad se les equiparó a los dirigentes políticos: “Y nosotros arrastramos la culpa, tenemos que justifi carnos (…) No se puede meter en el mismo saco a los que nos enviaban allí y a los que luchábamos allí”. Los propios protagonistas parecen señalarnos que no dejaban de ser humanos y que las vivencias que experimentaron en Afganistán les marcaron como al resto. Muchos aún experimentan los mismos traumas que sus subordinados. Una alférez lo demuestra así: “Pues no, he vuelto ilesa. Por fuera estoy ilesa. Lo que hay dentro no se ve”. Diciembre - 2018 Armas y Cuerpos Nº 139 7


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