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Ignacio con la tabla con la que murió Desde la muerte de Ignacio hemos vivido un año de intensas emociones, de dolor y de amor, y he podido refl exionar sobre el sentido del deber y del compromiso. He sentido la necesidad de abrir la mirada sobre las cosas que son realmente importantes y por las que vale la pena arriesgarse y luchar: la vida, la libertad y la dignidad, la de uno mismo y la de los demás. No solemos dar importancia a tener libertad de credo o de creencias, ni a tener derecho a la justicia, y sin embargo, esto es lo que los terroristas intentan eliminar. Tampoco solemos dar importancia a los policías, que en los momentos de peligro, arriesgan su vida por nosotros e incluso hay quien sospecha por principios contra los que han perdido la vida por nosotros, tal vez porque muchos de los que los critican, desconfían de formas de generosidad de las que son incapaces de practicar. Hay quienes confunden la bondad con la ingenuidad o la estupidez y los más cobardes quieren ver como viles a los que, en el cumplimiento de su trabajo, se juegan la vida por ellos; trabajo que no es otro que detener y encarcelar a los que les quitarían sus bienes o libertad. Todos los terroristas tienen en común que atacan a toda la sociedad, cuando atacan a una persona, y tienen también en común que, para ellos la propaganda, es absolutamente imprescindible y que intentan convencernos de que lo hacen por el bien de la causa que invocan. Son grandes manipuladores de las palabras y de las conciencias, al intentar domesticarnos. Por eso, cuando premiaron a Ignacio con la medalla de Jorge (George Medal), distinción que otorga la reina Isabel II por actos de “gran valentía”, pensé que ese premio es lo contrario a someternos lo contrario a dejarnos manipular o lo contrario a las políticas de la impunidad y de la justifi cación de los terroristas y de sus entornos. Y en España tenemos que pensar en ello, porque hay terroristas que son recibidos como héroes cada semana, y sus fotografías están presentes en las fi estas populares de municipios de nuestra geografía. Y pienso que esto es lo contrario de lo que hace falta para tener sociedades dispuestas a defenderse frente a fanáticos egocéntricos que, incluso tras dejar de matar quieren fabricar mentiras donde quedan bien parados para el futuro y desean obtener benefi cios fruto de la manipulación de la historia, de la verdad inventando falsas torturas no reconocidas por jueces y forenses. Sé que no podemos pedir a nuestros jóvenes el ejercicio de su responsabilidad hasta los límites en que lo hizo Ignacio, pero sí tenemos que transmitirles que debemos ser responsables en todo momento y que nuestra obligación con la Sociedad debe estar regida por esa bondad y generosidad. Aunque parezca que lo que voy a decir no tiene relación con la prevención del terrorismo, creo que debemos orientar a nuestros niños y jóvenes hacia su responsabilidad en las relaciones con los demás; la educación debe orientar las buenas conductas. En los centros de formación se debe educar para evitar el bullying en los colegios o las novatadas en la juventud. Apoyar o consentir ese rito de iniciación o ese acoso, usando la tradición, es una vileza. Creo que en la sociedad está surgiendo una cierta preocupación con esas aberraciones, que degradan a la persona a la que se somete a esas prácticas. Huelga señalar los problemas que ocasionan a la persona la práctica del acoso laboral, que es la forma más innoble de comportamiento que adoptamos los adultos, sin olvidar el abuso machista. Pudiera parecer que las prácticas que degradan al ser humano no tienen relación con la amenaza yihadista, pero en una sociedad más 72 Armas y Cuerpos Nº 139 ISSN 2445-0359


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