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Igualmente hay que mencionar a Sor Francisca Vázquez que se incorporó el 18 de Julio de 1945, fue a sustituir a Sor Navarro y procedía del seminario de Madrid. En la AGM era conocida como “Sor Cadete” por su juventud, dedicándose principalmente al ropero y permaneciendo hasta el cierre de la comunidad. Sor Zita Abate, navarra de nacimiento, ingresó en Julio de 1936 en el hospital Militar de Pamplona, pasando posteriormente por el de Logroñó, siendo superiora del Hospital Militar de Maudes en Madrid y siendo destinada a la AGM en 1965. Desempeñó un cargo que podría denominarse como de supervisora; pasaba consulta y sala con los médicos y controlaba la medicación, permaneciendo en el botiquín hasta el cierre de la comunidad. La última en llegar en 1986 fue Sor Pascuala Casado, ATS que procedía del Hospital Militar de Valencia, que vino a sustituir a Sor Mª Francisca en las tareas del botiquín de tropa, controlando el ropero, la limpieza, el material y las dietas especiales. Una vez cerrado el botiquín del cuartel de tropa, se encargó de la nueva sala de tropa constuida en el Edifi cio Franco, permaneciendo en la comunidad hasta el cierre de la misma. Del resto de las monjas que pasaron por esta comunidad poco sabemos aunque no podemos dejar de mencionar algunos nombres como por ejemplo, Sor Francisca Granados, Sor Icíar o Sor Carmen Arbeloa que falleció en Julio de 1977 en la AGM. Trabajo que desarrollaron las hermanas El convenio fi rmado entre el ejército y las Hijas de la Caridad de San Vicente de P,aúl para hospitales militares y otros centros dice que “se instituye una comunidad canónicamente y a su cargo el servicio y colaboración humanitarias para el desarrollo de las actividades propias del mismo en concepto de auxiliares de los cuerpos de Sanidad e Intendencia, encargadas especialmente de las atenciones facultativas y administrativas”, y en otro capítulo que “dentro de sus misiones estaba el realizar apostolado religioso en la forma que aconseje la prudencia y respetando la libertad religiosa”. Todas las personas entrevistadas coinciden en asegurar que la calidad de la asistencia prestada en las enfermerías de la AGM se debía en buena parte al trabajo desarrollado por las hermanas. Su presencia constante aseguraba que en cualquier momento del día o de la noche se pudiese atender en las mejores condiciones a los enfermos ya que su sola presencia inspiraba respeto y serenidad. Como refi ere el Comandante ATS Carlos Castellanos “si el botiquín estaba en perfectas condiciones era por la preocupación que ellas tenían, controlando la limpieza y economizando los medios de que se disponía”. Las condiciones de trabajo en las enfermerías fueron especialmente duras, pero es de destacar que siempre estuvieron apoyadas por una serie de limpiadoras que no solo mantuvieron reluciente la enfermería sino que las ayudaron con los enfermos y en la cocina, siendo un orgullo para todas ellas el que jamás se conoció una infestación por parásitos en las enfermerías a su cargo. La jornada laboral de las hermanas comenzaba a las 6 de la mañana oyendo Misa en la capilla o en su oratorio, pero la hora de retirarse no era fi ja ya que estaba condicionada al trabajo que hubiera. El trabajo de por la mañana resultaba agotador ya que las salas de enfermos solían estar siempre llenas y, en el mejor de los casos, nunca bajaba de 30 el número de los ingresados; en caso de apuro se aumentaba el número de camas en las salas y de no ser sufi cientes se ponían en los pasillos, como solía suceder tras las vacunaciones o en caso de Gastroenteritis. Cuando había enfermos graves eran ingresados en habitaciones “aparte” y velados toda la noche por la hermana de guardia. Otra actividad agotadora era la preparación de las dietas especiales. En los años cuarenta era frecuente que el Cte. Médico Carlos Lasarte al encontrar algún cadete muy delgado le prescribiese “sobrealimentación” en la enfermería. En años posteriores fueron las Gastroenteritis las que darían lugar a mayor número de dietas especiales, que se traducía en la preparación de caldos con cuyas sobras se hacían que turnarse para pasar los ingredientes por el chino. Otro tanto ocurría con los fl anes y las natillas. Todas estas operaciones llevaban siempre buena parte de la mañana que se veían recompensadas con el cariño y gratitud de los cadetes. La enfermería era conocida habitualmente como “el oasis” porque en medio de la actividad frenética de la AGM representaba un remanso de paz y tranquilidad, hasta tal punto que D. Prudencio Mur, peluquero en la AGM desde 1942, comentó que los cadetes se habían preparado un temómetro que siempre marcaba 38º con el objeto de permaneer más tiempo en la enfermería, hasta que Sor Clotilde, siempre atenta, se percató de la trampa. 180 Armas y Cuerpos Nº extraordinario 2019 ISSN 2445-0359


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