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BOLETIN SANIDAD MILITAR 22

2014 HISTORIA Y HUMANIDADES 27 nea, de glándulas endocrinas ya se es-taban ensayando, pero en todos estos casos se trataba de tejidos sin sutura de sus pedículos vasculares. Era evidente que la cirugía vascu-lar estaba en sus comienzos y por el momento se trataba de una cuestión técnica, había que aprender a manejar delicadas estructuras, ensayar agujas e hilos, estudiar en el cadáver y en el animal experimental. Carrel se procu-ró hilos y agujas de encajera y en sus ensayos adquirió tal virtuosismo que lograba pasar el hilo por el espesor de hojas de papel y unirlas frente a frente mediante costura. Tres trabajos publi-cados en el Lyon Médical, (1902) son sus primeros tanteos: –  La technique opératoire des anas-tomoses vasculaires et la trans-plantation de viscères. –  Anastomose bout à bout de la ju-gulaire et la carotide primitive. –  Présentation d’un chien porteur d´un anastomose artérioveineuse. Con este bagaje, su grado de doc-tor, y su habilidad operatoria, si bien en terreno experimental, llegaba para Ca-rrel el momento de lanzarse al ejercicio profesional. Para ejercer la cirugía, en el medio hospitalario y en la práctica privada, en Francia, era preciso adqui-rir el certificado de garantía que solo daba el título de Chirurgien des Hôpi-taux, Cirujano de los Hospitales, supe-rando un concurso, muy competido, que con frecuencia exigía presentarse varias veces. Su coetáneo (seis años menor) René Leriche, tras fracasar dos veces, hacia 1906, logró ser admitido a la tercera, diez años después, en 1919, añadiendo a su experiencia su presti-gio de cirujano militar en la guerra de 1914-1918. A Carrel su fracaso en el pri-mero y segundo intento le afectó pro-fundamente y quién sabe cuál habría sido su destino si un acontecimiento singular no hubiera torcido o endere-zado el curso de su vida. Un compañero que debía asistir como facultativo a la peregrinación a Lourdes que partía de Lyon el verano de 1903 tuvo que renunciar en el últi-mo momento por un asunto familiar y rogó a Carrel que hiciese el favor de sustituirle. Alexis, tras un instante de vacilación, aceptó; se le ofrecía una oportunidad de vivir el debatido asun-to de los sucesos extraordinarios que, se decía, tenían lugar en la localidad pirenaica, desde que en 1858 una joven aldeana, Bernadette Soubirous, reve-ló la aparición de una persona que la Iglesia Católica designa como la Virgen María. Como es comprensible, había disparidad de opiniones entre los que (la mayoría) pensaban que todo eran figuraciones y los que creían que entre los peregrinos se producían curaciones milagrosas. Carrel no se había plantea-do la cuestión aunque como médico era más bien escéptico. Últimamente, la publicación de una novela, Lourdes, en 1894, por Émile Zola, el famoso au-tor del artículo J´accuse, (Yo acuso), en el periódico L’Aurore, contra los tribunales de justicia franceses en el caso Dreyfus, había reabierto el deba-te, pues el novelista, sin pronunciarse taxativamente, dejaba abierta la puerta a la existencia de fenómenos inexplica-dos entre los pacientes que acudían a la gruta de Massabielle en busca de cu-ración. La mayor parte de los peregrinos cuya custodia médica se confió a Carrel en aquella ocasión no solían presentar problemas de urgencia, se trataba de casos crónicos, invalideces, incluso tumores o infecciones de larga dura-ción, además su botiquín era bastante limitado, según su relato, se reducía a una jeringuilla y soluciones de cafeína, alcanfor y morfina. Pero un caso se le recomendó muy especialmente, era una joven diagnosticada de peritonitis tuberculosa en un estado de extrema gravedad, rechazada de varios centros como incurable médica o quirúrgica-mente, incluso los organizadores de la peregrinación se habían mostrado contrarios a incluirla entre el grupo por temor de que muriese en el camino. Se llamaba Marie Bailly, Carrel la visitó varias veces durante el viaje y estuvo conforme con el diagnóstico, su abdo-men parecía mostrar los síntomas clási-cos de la peritonitis tuberculosa, zonas distendidas por gases, zonas donde se palpaban masas sólidas, otras donde se percibían colecciones de líquido...y con su extrema gravedad. Su empeño había vencido todos los obstáculos para viajar a Lourdes, pero una vez allí, las enfermeras y camilleros no estaban dispuestos a sumergirla en las piscinas donde generalmente se producía el efecto milagroso. Carrel estuvo presen-te y, en vez de la inmersión, se optó por rociarle el cuerpo, especialmente el ab-domen, con el agua de la gruta. Vuelta a su habitación su aspecto mejoró in-mediatamente y en las siguientes ex-ploraciones el mismo Carrel reconoció asombrado que todos síntomas habían desparecido y la propia enferma de-cía estar curada. Alexis apuntó en su informe: la guérison était complète. La moribonde au visage déjà cyanosé, au ventre distendu, au coeur en déroute s´était transformée en quelques heu-res en une jeune fille presque normale, seulement amaigrie et faible. Por tanto, aunque se guardó de pronunciar la pa-labra milagro, evidentemente constató el hecho de la curación, curación inme-diata de una tuberculosis peritoneal, tras la aspersión del cuerpo con agua de la gruta. La prensa católica divulgó a toda prisa el caso milagroso, aña-diéndolo al historial de Lourdes, y ale-gando el testimonio del joven doctor no sospechoso de ser precisamente un devoto a ultranza. Entre los médicos el suceso causó estupor y la mayoría hizo a Carrel objeto de todo tipo de chan-zas, sus compañeros se rieron de él. El Sutura vascular ideada por Carrel


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