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BOLETIN SANIDAD MILITAR 22

26 HISTORIA Y HUMANIDADES 2014 ALEXIS CARREL, CET INCONNU Agustín Esteban Coronel Médico Retirado Lo primero que se impone a quien escribe estas líneas, es explicar y qui-zá un poco justificar el título que las encabeza: una modificación intencio-nada del título del conocidísimo libro del propio Alexis Carrel, L´homme, cet inconnu, El hombre, ese desconocido, traducido a nuestra lengua como La in-cógnita del hombre, libro inmensamen-te difundido y traducido a todas las len-guas a partir de su publicación en 1935 y durante gran parte del resto del siglo XX. El título de nuestro artículo signi-ficaría en consecuencia: Alexis Carrel, ese desconocido. ¿Desconocido Alexis Carrel? Pues bien, quizá es una exage-ración, pero se funda, no en una amplia encuesta, que también las hay, sino en la pregunta hecha ocasionalmente a algunos de nuestros compañeros más jóvenes que confesaron que no tenían idea de quien era el personaje. Y es que hay una primera fama ruidosa, bullan-guera, pasajera y otra duradera, más silenciosa, sólida, quizá imperecedera, y esta fama la tiene Alexis Carrel, Pre-mio Nobel de Medicina en 1912 y que gozó de enorme celebridad desde ese momento, en América y Europa, hasta el fin de la segunda guerra mundial que vino a coincidir aproximadamente con su muerte en 1944. La biografía de Alexis Carrel está lle-na de episodios dignos de recordarse, no es como la de otros sabios científi-cos que, como dice Heine a propósito de Kant, «no tienen vida ni historia». Nació Carrel en Saint-Foy junto a Lyon, en 1873 de una familia acomodada, de-dicada a la industria de la seda, a la sericicultura, floreciente en esa región francesa; era el mayor de tres hermanos que muy pronto se quedaron sin padre y aunque en el bautismo se le impuso el nombre de Augusto, pronto comen-zaron a llamarle Alexis, nombre del di-funto, y así se le conoció en adelante, excepto en los documentos oficiales donde seguía figurando como Augusto. Recibió su educación primaria y bachi-llerato en el Colegio de San José regen-tado por jesuitas; terminó su bachillera-do a los 17 años, con buenas notas, pero sin augurios de que el chico llegase un día a ser un científico universal. A la hora de elegir carrera parecía inclinarse por el Ejército, pero una fuerte miopía le impedía el ingreso en Saint-Cyr y, digá-moslo anticipando la historia, no sería obstáculo para labores minuciosas a las que al fin se consagró. La madre que sobre Alexis tuvo una decisiva influencia, le orientó hacia la Medicina, basándose en el prestigio de la Facultad de Lyon que no iba en zaga a la de París. Allí comenzó sus estudios en 1890, fue alumno interno del hospital y luego ayudante de Anato-mía y prosector (preparador de disección) en el Depar-tamento del Profesor Tes-tut, autor del monumental Tratado de Anatomía, que a lo mejor no conocen los médicos jóvenes pero que en nuestro tiempo era la pe-sadilla de los estudiantes en los primeros años de carre-ra. René Leriche, el ciruja-no del dolor y autor de una Filosofía de la Cirugía, seis años más joven que Carrel, coincidió con él en esa épo-ca de estudiante y le des-cribe como «un hombrecillo de abundante barba negra que no dejaba indiferente a nadie.» A medida que iba acercándose al final de sus estudios se manifestó su inclinación por la Cirugía y también el afán de expresar en artículos su interés por distintos asuntos de la cien-cia médica. Son numerosas sus colaboraciones en el Lyon Médical y otras revistas ya en los últimos años de carrera. Su tesis doctoral realizada bajo la dirección del cirujano Prof. Pon-cet versaba sobre El bocio canceroso (Le goitre cancéreux) y la presentó en 1901. Por aquellos años, en el cambio de siglo, y algunos antes y después, un tema flotaba en el ambiente, tema que encandilaba a estudiantes y doctores, especialmente a los que sentían en su espíritu la comezón, el instinto de la in-vestigación. El tema tocaba a la cirugía vascular, y entre los jóvenes franceses un suceso trágico, la muerte violenta del presidente de la República, Sadi Carnot, ocurrida en 1894, en Lyon, era objeto de general comentario, sobre todo cuando se supo que el puñal del asesino había desgarrado la vena porta y otras estructuras en la región tóra-coabdominal derecha. Al parecer, los cirujanos dejaron morir al herido por falta de capacidad técnica para abor-dar las lesiones. Sin embargo de que, pocos años antes, en 1879, Eck había realizado una anastomosis portocava, la llamada fístula de Eck, para estudiar la fisiología hepática, operación que andando el tiempo tendría un amplio uso en el tratamiento de la ascitis por hipertensión del círculo portal. Carrel comentó con sus compañeros que en el caso del Presidente se debió suturar el vaso herido. Siguiendo la evolución de la na-ciente cirugía vascular, Hirsch en 1881, había suturado con éxito las ve-nas seccionadas en perros; Jaboulay y Briau, de Lyon, en 1896, unieron los extremos de una carótida seccionada en un mono, un año después Murphy propone su método de invaginación y Payr (1900) la utilización de anillos de magnesio. El terreno parecía pintipa-rado para un espíritu innovador como Carrel, un campo quirúrgico reducido, una técnica minuciosa muy a propó-sito para un miope. Además, la sutura vascular tenía un propósito inmediato: abordar los traumatismos de los vasos y otro más alejado pero que venía in-cubándose desde tiempo inmemorial: el trasplante de órganos. La idea de compuestos heterólogos de órganos y miembros ha estado presente a la fan-tasía humana desde la antigüedad. No otra cosa son los entes mitológicos, se-midioses, centauros, sirenas, esfinges y quimeras. Los injertos de piel, libres o pedicu-lados, de hueso, de cartílago, de cór- Fotografía de 1912, año en que se le concedió el Premio Nobel


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