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BOLETIN SANIDAD MILITAR 22

2014 HISTORIA Y HUMANIDADES 31 inútiles y dañinos. Solo haremos desa-parecer la locura y el crimen mediante un mejor conocimiento del hombre, el eugenismo y cambios profundos en la educación. Entre tanto debemos ocu-parnos de los criminales de manera efectiva. El condicionamiento de los criminales menos peligrosos por el lá-tigo o cualquier otro medio más cien-tífico, seguido de una corta estancia en el hospital bastaría probablemente para asegurar el orden. En cuanto a los otros, los que han matado, roba-do a mano armada, secuestrado niños, despojado a los pobres, que han de-fraudado gravemente la confianza del público, un establecimiento eutanásico provisto de gases apropiados permiti-ría disponer de ellos de manera huma-na y económica…El mismo tratamiento no sería aplicable a los locos que han cometido actos criminales?...» Platon en la Politeia (República) no llegó tan lejos en su concepción de una sociedad utópica. Carrel en su li-bro menciona algunas veces al autor de los Diálogos, no en relación con las ideas que acabamos de comentar, cuya inspiración, si en alguna parte hay que buscarla, no sería en Grecia sino al otro lado del Rhin. En junio de 1939, Carrel abandona-ba, por jubilación, su laboratorio y su trabajo en la Fundación Rockefeller. El 1 de septiembre cuando comenzó la segunda guerra mundial se encontra-ba en su retiro de Saint-Gildas y puesto que Francia junto con Inglaterra decla-raba la guerra a Alemania y decretaba la movilización general, acudió como en 1914, a ponerse a disposición de la autoridad Sanitaria para servir con su persona y experiencia donde más útil fuese. Y como entonces, no era fácil encajar un hombre de las característi-cas y edad de Carrel en el dispositivo sanitario de la guerra. Finalmente se le encomendó estudiar los métodos de conservación y transporte de la sangre a grandes distancias. Pero los medios, laboratorio y personal, no aparecían y, entre tanto, un filántropo americano, J. W. Johnson, solicitó de Carrel cola-boración para montar un hospital de campaña. Ambos viajaron a América para allegar fondos y apenas puestos en camino, la ofensiva alemana que al principio se orientaba hacia el Este, ha-cia Polonia, dio un giro de 180 grados y en un ataque relámpago (Blitzkrieg) in-vadieron los Países Bajos y Francia que firmó un armisticio en junio de 1940. Los ejércitos alemanes desfilaron por los Campos Elíseos y ocuparon el norte y oeste del país, dejando una pequeña zona en el centro y sur, que se llamaba Francia «libre» con capital en Vichy y el mariscal Pétain como jefe del Esta-do. En las aquellas circunstancias no tenía sentido permanecer en América, en Francia ya no se luchaba y la ayu-da posible sería de otra índole, Carrel y Johnson deciden volver a Europa vía Lisboa y Madrid. En Lisboa Carrel se entrevista con el embajador alemán, interesándose por la posibilidad de moverse entre ambas zonas, ocupada y libre; el embajador les invita a via-jar a Berlín, pero el americano declina la oferta, así pues los viajeros siguen hasta Madrid donde son atendidos por gentes de la Cruz Roja, políticos, Se-rrano Súñer, Miguel Primo de Rivera, médicos como Jiménez Díaz, Palanca y Oliver Pascual. Tras una estancia de casi un mes se trasladan a Barcelona y desde allí a Toulouse y Vichy. El an-ciano mariscal recibe a Carrel con todo afecto dispuesto a comprender y apo-yar sus proyectos. En primer lugar ne-cesita un salvoconducto para atravesar la zona ocupada hasta Saint-Gildas, en Bretaña, donde su mujer, enferma, le espera. Allí acaba de dar forma a sus planes para la presente circunstancia: fundar un Instituto del Hombre cuyo fin sería crear una elite, una minoría selec-ta, para Francia y para el mundo. Tras explorar la situación en París, en mayo de 1941, vuelve a Vichy a exponer ante Pétain su madurado proyecto: se llama-ría Fundación Francesa para el estudio de los problemas Humanos. Tendría su sede en París para lo cual necesitaría la aprobación de la Autoridad alemana de la zona de ocupación, y sería Carrel su Regente, modalidad privilegiada en la administración francesa. Superados los trámites, la ley de 1 de noviembre de 1941 con la firma del mariscal Pétain daba vida a la nueva institución que empezaría a trabajar en enero de 1942, con un vasto programa sobre la infan-cia, natalidad, herencia, desarrollo, ali-mentación, educación física y moral, en el que intervendrían psicólogos, sociólogos, economistas, etc. con la vista puesta en su ideario eugenésico, reconstrucción del hombre, expuesto en las últimas páginas de L’homme, cet inconnu. La institución contaría con un Boletín, Cuadernos de la Fundación Francesa para el estudio de los proble-mas Humanos y empezó su andadura en 1942 con gran vigor, aunque no era previsible que su duración fuese larga, algo que Carrel en su entusiasmo no percibía y es que estaba construyendo sobre un avispero, más bien sobre un volcán. Cuando empezaron las derro-tas para el Tercer Reich, ya en 1943, el ambiente, en Francia siempre tenso, se enrarecía, la Resistencia incrementaba sus acciones contra las fuerzas de ocu-pación y estas sus fusilamientos, las arengas de De Gaulle, desde Londres, enardecían el espíritu patriótico de los franceses, sentimiento que no compar-tía Carrel, que criticaba tanto la Resis-tencia como los discursos del General. Así las cosas, en agosto de 1944, los tanques de Leclerk consuman la libera-ción de París, y entre la euforia y los Te Deums se reúne a toda prisa el nuevo Gobierno uno de cuyos primeros de-cretos era el siguiente: «El Doctor Alexis Carrel, Regen-te de la Fundación Francesa para el Estudio de los Problemas Humanos, queda suspendido en sus funciones.» El Secretario General de Sani-dad: Pasteur Vallery-Radot. París 21 de Agosto de 1944. Carrel, ya muy delicado de salud desde el verano anterior en que tuvo un desfallecimiento cardíaco, tardó algún tiempo en enterarse de la situa-ción que sus allegados, especialmen-te su mujer, trataron de ocultarle. La peor acusación que podía hacerse a un ciudadano francés en aquellas cir-cunstancias era la de colaboracionista. El mariscal Pétain, su protector que le había ofrecido el puesto de ministro de Sanidad, fue encarcelado y condenado a muerte, condena conmutada por De Gaulle en prisión perpetua. Algunos colegas solicitaban el arresto para Ca-rrel que no llegó a producirse, ni hacía falta pues su enfermedad junto con la amargura y la decepción le llevarían a la muerte el 5 de noviembre de aquel año. Una frase que solía repetir en sus últimos momentos era: J’ai voulu faire le bien et m’ont assassiné (He querido hacer el bien y me han asesinado). No parece que Carrel haya sido es-pecialmente religioso, sobre todo du-rante su larga estancia en América y pese a sus aventuras pirenaicas, más bien estaría incluido en la conocida nómina de los «creyentes no practican-tes ». En sus últimos años, de la mano de su mujer, Ana María, y de un monje cisterciense con fama de santo, Alexis Presse, que evangelizaba por los bos-ques de Bretaña, cerca de su retiro de Saint-Gildas, retomaba la praxis cató-lica. Un libro de última hora, primero artículo de semanario, versaba sobre un tema en él recurrente: la oración: La Prière. El Obispo Msr. Hamoyon le administró los sacramentos. Sus restos yacen en un oratorio privado en el jar-dín de Saint-Gildas. Literatura consultada Carrel, Alexis: L’homme, cet inconnu. Paris, 1935. Carrel, Alexis: Le voyage de Lourdes, suivi de Fragments de journal et de méditations. 1949. Moreno, Alfonso M.ª: Alexis Carrel. Triunfo y ruina de una vida, 1961.


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