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poco más. (Del borrador de la novela “Caín mató a Abel”, al parecer de 1934, nunca más se supo aparte de la referencia recogida por José A. Silva). Como es sabido, tras su fracaso político y gracias a la mediación de Lerroux pudo obtener la agregaduría de Washington que había rechazado a Azaña cuando éste quiso alejarlo de la política activa. El porqué accedió a la llamada de su hermano Francisco sigue siendo bastante oscuro. Hay quien dice que por el asesinato de su gran amigo Ruiz de Alda o, simplemente, porque sus ideas eran ya dictadura pura y dura de signo contrario. El hecho es que su mando mallorquín –impuesto pese a la clara oposición de Kindelán– fue ejemplar en discreción y efectividad. Finalmente, sobre las causas del accidente que lo catapultó a la historia se ha especulado mucho. Pero sin duda fueron naturales (en el sentido de excluir sabotaje) como indica la información de Rodolfo Bay, su punto en el vuelo fatídico, Hevia y otros pilotos de Pollensa. Hoy hablaríamos de “factores humanos” y un posible fallo técnico: la ausencia de calefacción Pitot para evitar el hielo (volando en nubes) del Cant Z-506. Entre los primeros, falta de entrenamiento pues no volaba desde hacía muchos años, y de actualización en material moderno (él mismo pidió más prácticas tras las escasas 5 horas de doble mando). Además, su inveterada costumbre de volar con motores reducidos tal vez le jugó una mala pasada en ascenso y cargando hielo. Ramón, uno de aquellos fabulosos pilotos que volaban “con el trasero” pudo ser víctima de una barrena por una pérdida incontrolada. Por lo demás, se apuntó agarrotamiento de mandos o fallo del “governor” de la hélice como causa del terrible impacto, tan violento que acabó instantáneamente con toda la tripulación, según el estado y la dispersión de sus restos. Fue enterrado en Palma de Mallorca con la asistencia de su hermano Nicolás en representación del Caudillo de cuyo afecto, pese a todo, no cabe la menor duda… IV.– LA GUERRA CIVIL Si es verdad que “la historia la escriben los vencedores” y “los árboles no dejan ver el bosque”, la ejecutoria aérea 1936-39 no pasaría de ser una gran colección de “mitos y verdades “ Y así fue durante mucho tiempo, pues como dijo Kindelán en sus “Cuadernos…” “Escribir la historia de nuestra guerra civil está especialmente vedado a cuantos fuimos actores en el drama cruento”. De ahí que la obra de Gomá, la de Morato y alguna otra, sean demasiado unilaterales a las que los escasos testimonios de “la gloriosa” no podían contrarrestar. Por fin, en 1969, Jesús Salas Larrazábal publicó “La guerra española desde el aire”, primer intento integrador “con datos diseminados y fragmentarios, escasísima bibliografía y 15 años de investigaciones casi detectivescas”. Libro “que no he querido se publicara antes de los 30 años de la finalización de la contienda, plazo de prescripción de los delitos” y al que el autor considera “lo más imparcial y ecuánime compatible con mi clara vinculación a uno de los bandos”, hecho que confiesa paladinamente y que, desde luego, no justifica en absoluto la acusación de historiador fascista que arteramente se le imputa alguna vez. Porque Jesús Salas no requiere presentación: es hermano del piloto Ángel (teniente general, consejero del Reino), de Ramón (general paracaidista del E.A.), historiador “de reconocido prestigio”, como ahora se dice y de Ignacio (también militar, fallecido en un bombardeo de la aviación republicana). General ingeniero aeronáutico él mismo, cumplió los once años durante el conflicto, por lo que no pudo participar activamente y su obra fue reconocida y respetada casi al ciento por ciento en los “Mitos y verdades” del republicano Lacalle. Dicho lo que antecede, hay que añadir que la producción escrita de Jesús Salas, solo o en compañía de Ramón (Historia General de la Guerra de España, y otras) es muy amplia, desde sus iniciales estudios sobre la caza nacional, hasta los 4 tomos enciclopédicos de la guerra aérea 36-39, pasando por el “Guernica” y los incontables artículos en revistas especializadas y libros colectivos. Es un auténtico “peso pesado” de la erudición aérea y “el que más sabe” sobre la mayoría de los temas que constituyen la pequeña y la gran historia de la Aviación militar española. De ahí que, contando con su tradicional bonhomía y espíritu colaborador, se le “adjudicó” el tema de la guerra civil con la certeza de que si era posible reducirlo a una extensión concreta, nadie mejor que él sabría hacerlo. Como así ha sido. Desde el punto de vista de este coordinador hay que reconocer la sobria redacción de los diferentes hechos, cuya perfecta sucesión nos da una imagen neutral y realista del conflicto. Esta imagen no sería completa sin detallar composición, elementos, fases, despliegues, resultado de los combates etc., cuestión irresoluble de no contar con la multitud de cuadros con que nos abruma y la representación gráfica de los mapas imprescindibles. Para algunos será quizás excesivo, pero lo cierto es que no se puede decir más con menos, que es lo que se pretende. Y, precisamente por ello, a algún lector le pueden resultar ininteligibles múltiples referencias a nombres y situaciones que aunque sean clarísimas incluso “licencias poéticas” de redacción para los expertos, desorientan al profano… A título de ejemplo: ¿era Kindelán “propietario” de alguna aviación? ¿la de Salamanca? ¿la de Burgos? ¿la del Tercio? ¿quién estaba por encima, el subsecretario o el jefe del Aire? ¿quién era “Casimiro”? ¿qué empleo tenía Pastor? Y así múltiples cuestiones cuya sola mención al autor seguro que le descolocan pues, en el fondo, da como dominio público cosas que serían jerga de iniciados y que hemos intentado aclarar sin alterar la forma ni el espíritu del trabajo Por lo demás, hay que reconocer la cronología exacta, las citas legales imprescindibles, la claridad y concentración de datos y la descripción de las acciones muchas veces avión por avión, con pocas, pero ilustrativas anécdotas que iluminan la monótona precisión de los textos. Es una pena que el autor no nos haya resumido las transformaciones orgánicas, políticas y funcionales aeronáuticas producidas en la República, cuya evolución apenas se intuye en la biografía de Ramón Franco con que ilustrábamos la época de los grandes vuelos. Ha respetado al máximo el espacio asignado, pero no sería justo silenciar el muy claro tratamiento del tema que el mismo Jesús Salas antepone (prólogo y capítulo I) en su primera obra (que recomendamos) junto con lo que él mismo expone, también con Ramón, en la Historia de la Aviación española, publicada por el IHCA, en sus capitulos VII (“La desilusión llega con Berenguer”) y VIII (“La aviación durante la II República”). V.–INDUSTRIA E INFRAESTRUCTURAS Aquí, aunque se incluyó también el importante tema de las infraestructuras –de ahí el título del capítulo–, no se han podido contemplar, pese a su trascendencia histórica. Habría que comentar, por ejemplo, la calificación y futuro de las instalaciones básicas de Cuatro Vientos. Esa ausencia se puede suplir, en parte, recordando que los aeródromos históricos y otras instalaciones gozan de abundante información en la web del EA (www//ejercitodelaire.mde.es). Respecto a la industria, en principio (al contemplarse sólo a partir de la guerra civil) quedarían cojos los artículos de Martínez Cabeza y Barragán que, por otro lado, describen Programas que también se mencionan en los últimos capítulos. 13


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