Los Países Bajos y el Franco Condado se incorporaron a los territorios de Carlos V cuando este recibió la herencia borgoñona. Desde entonces y, sobre todo, a partir de Felipe II participan en las campañas militares imperiales y las de la Monarquía Hispánica contribuyendo con recursos y hombres a los mosaicos militares que eran en los siglos XVI y XVII los ejércitos españoles.
A finales del siglo xv y comienzos del siglo xvi los reinos ibéricos iniciaban una expansión auténticamente mundial. Portugal, hacia el este y bordeando África, había llegado a la India, Aragón se asienta en Italia, y Castilla ha saltado a la orilla mediterránea africana y ha descubierto otro continente navegando hacia el oeste. Serán las bases de un dispositivo territorial que se ampliaría con Carlos V y Felipe II, que integraría las tres Coronas —Castilla, Aragón y Portugal—. Cuando esa expansión empezaba —no nos detendremos en disquisiciones demográficas, pues no hacen al caso— la población española no llegaba a los cinco millones y aumenta hasta cerca de los siete millones en 1600. Un potencial demográfico al que se le exigirá un esfuerzo ingente para atender el desarrollo económico y cubrir las necesidades militares generadas por unos territorios que no cesarían de crecer.