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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA Nº 305 ABRIL 2014

Dos de mayo. Goya. Museo del Prado. aunque poco después sería necesario volver a llamarlos, malgastando el entusiasmo inicial. La movilización se hizo con poco orden y casi ningún concierto, dado el vacío de poder y el fraccionamiento del esfuerzo en un territorio ocupado. Los primeros meses de combates y las primeras derrotas —Medina de Rioseco, Espinosa, Tudela y Uclés—, además de acabar con los restos de las unidades veteranas, destruyeron los ejércitos de voluntarios levantados por las juntas. El esfuerzo continuó. Tras ser casi destruido en la batalla de Gamonal y en la línea del Tajo en el invierno de 1808, el general Cuesta reorganizó y completó —hasta los 28.000 hombres— el Ejército de Extremadura para la campaña de Medellín, que tuvo que ser reconstruido de nuevo para el avance sobre Talavera en julio. Allí llegó a reunir otros 35.000 hombres. El Ejército del Centro perdió varias divisiones en Uclés en enero de 1809. En junio, renovado después de la derrota de Ciudad Real, contaba con unos 27.000 efectivos. Destrozado otra vez en Almonacid en agosto, volvió a presentar batalla en Ocaña en noviembre. Para entonces alineó 57.000 hombres, mayoritariamente forzosos. Además, aún con todas las dificultades de suministros inherentes al conflicto, los soldados imperiales y, sobre todo, los británicos, fueron equipados con cierta regularidad. Muy al contrario que los españoles, en cuyo Ejército encontraron hambre, miseria y carencia de equipo. OFICIALES Y SOLDADOS Al final de la guerra convivían en los cuadros de mando españoles varios tipos de oficiales: los del antiguo Real Ejército, disminuidos por las bajas y, generalmente, con empleos de capitán hacia arriba; soldados o sargentos profesionales ascendidos en la campaña, normalmente, con rangos de subteniente a capitán; y civiles movilizados y designados por las juntas en 1808. Además, entre los profesionales, muchos ostentaban grados superiores a los que les correspondían. Es decir, un sargento podía estar graduado de teniente, pero sin que ese empleo fuera «en propiedad». Por lo que, al acabar la guerra, debía volver a su empleo anterior. La eficacia de esta amalgama era muy desigual en el campo de batalla, dependía de la formación, origen y arrojo personal de cada mando. No ha de olvidarse que en el Ejército español hubo de improvisarse casi todo. Así, la táctica de Infantería de 1808 no se unificó hasta 1811, y la de Caballería, hasta finalizada la contienda. Hubo mandos con inquietudes que redactaron tratados y publicaciones semioficiales, siempre para su ámbito. Cada batallón o regimiento tenía un uniforme y algo parecido ocurría con la táctica. Por ejemplo, el general Pablo Morillo ordenó a sus brigadas usar los toques de corneta e instrucción de guerrilla británicos. LOS EJÉRCITOS NACIONALES La proporción media en los cuadros de mando de cada regimiento era de 35 oficiales veteranos del Real Ejército, 6 de las milicias provinciales y 33 voluntarios civiles, ya que las bajas de profesionales se cubrían con oficiales improvisados. Salvo en la guerrilla, donde siempre fue mayoritario el número de no profesionales. Esta yuxtaposición de oficiales de diferentes procedencias constituyó los Ejércitos Nacionales. En 1812, mientras en el ejército británico se practicaba el flogging (azotes en la espalda con látigo de siete colas), en los españoles se habían prohibido los castigos corporales. Se abolieron las pruebas de nobleza para entrar en los colegios militares y se estableció la redención a metálico, que libraba a los pudientes, pero engrosaba las arcas del Estado. Se respetaba la Constitución, como se demostró cuando los diferentes Ejércitos la juraron por orden de las Cortes y los ingleses, que servían por el king’s shilling (el chelín del rey), no entendían como aquellos campesinos hambrientos y sin paga estaban dispuestos a batirse por su Patria y su rey. Ello dice mucho del espíritu de resistencia y de la moral que fueron capaces de infundir en sus soldados los mandos españoles. Pero la mejor demostración de que el combatiente español —correctamente encuadrado— no fue inferior al de cualquier otro país, la dio Wellington. En 1812, ante la imposibilidad de cubrir sus bajas con voluntarios propios, autorizó que en cada regimiento británico, a excepción de la Guardia Real y los Dragones, pudieran reclutarse diez españoles por compañía. «Serán excelentes reclutas porque en cuanto a apariencia y actividad, el campesino español no tiene rival (...) son reclutas casi iguales a los nuestros en apariencia o fortaleza física», aseguraría el duque. L Abril 2014 Revista Española de Defensa 61


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