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o mas, y todos allí, sin decir palabra, esperando el dictamen del oráculo. Al final, cogía un lápiz de esos con dos puntas, una azul y otra roja. Con la parte roja señalaba con una X lo que estaba mal; pero lo hacía con todas sus fuerzas, imposible borrarla. Esto está mal –se limitaba a decir–. Después, en unas cuartillitas, dibujaba la solución, no mas allá de un pequeño esquema, que firmaba siempre “Mtt”. Para cuando vuelva –remataba– lo quiero así. —Y a ver quién no lo hacía, no? —Bueno, digamos que en el setenta por ciento de los casos… podía hacerse lo que decía; en el otro treinta, … pues a lo mejor, no. Entonces ibas y le decías, Herr Professor, esto no se puede hacer de esta manera, le propongo en su lugar…. Tratabas de mostrarle tu idea; él, ni la miraba; sacaba otra cuartilla, dibujaba una nueva solución, siempre la suya, volvía a firmar Mtt y repetía: para cuando vuelva, lo quiero así. Es decir, te podía admitir que se hubiera equivocado, pero nunca que tú tuvieras la solución. —¿Por qué me decía que no era un hombre de trato fácil? —Porque tenía un carácter muy fuerte, sobre todo unos prontos en los que ibas viendo como se lo llevaba la ira. Se contaba que en Alemania, había llegado a exasperar a un maestro de taller de tal manera que llegó a perseguirlo con un martillo; y que luego, al ver a aquel pobre hombre en un mar de lágrimas creyéndose despedido, se deshizo en disculpas. Era la otra cara, la faceta compleja de un ingeniero legendario, convencido de que solo lo suyo valía. Él seguía, en 1958, proyectando según las antiguas normas alemanas. Nosotros ya lo hacíamos con las normas inglesas de posguerra, las AP 970. A veces su concepción de las cosas chirriaba. Y el problema es que, aunque fuera Willy Messerschmitt, su título de ingeniero no estaba convalidado en España; así que quien firmaba los planos era yo. En el INTA me lo advertían. Y yo lo dejé muy claro a mis jefes: propuse que lo hicieran ingeniero aeronáutico honorario. Y que pudiera firmar los planos. Porque al final, –dije– si el HA-300 se cae, quien va a ir a la cárcel voy a ser yo… —Tuvieron alguna que otra discusión fuerte, no? —Alguna que otra, si. Debió ser en septiembre de 1958. Me entregaron unos planos del HA-300. Vi los depósitos de combustible, que rodeaban el motor, demasiado separados unos de otros. Y al comprobar la posición del centro e gravedad, me dije, no… esto… esto no puede ir ahí, se han hecho un lío, es un error de bulto. No se trataba de una variación de un milímetro, estoy hablando de veinte centímetros, o mas. Finalmente, fui a Rafael Rubio, que era el Jefe de la Sección de Cálculo y me lo confirmó: esto es imposible –dijo–; hay que avisar a los alemanes. Lo hicimos. El ingeniero Blümm, segundo de Rubio en Cálculo, se alarmó y dijo: Que venga Shaeffer Efectivamente, llegó Schaeffer, pero era inútil negarse a la evidencia: aquello era una gran metedura de pata. Hay que hablarlo con Herr Professor, -dijeron–. Rubio y yo nos miramos con cierta malicia, pensando lo mismo: en los dos alemanes echando a suertes a cual le tocaría ser abroncado por Herr Professor con el martillo. —¿Cómo se solucionó? —Hubo suerte. Mucha. Aquella misma mañana recibimos una comunicación de Bristol Aeroengines. Nos daban la feliz noticia de que habían conseguido acortar el canal de poscombustión del motor, el Orpheus 12; de manera que ya resultaba posible recolocarlo y equilibrar correctamente el avión. Todo sobre el papel, porque el Orpheus 12 no llegaría nunca a existir. —¿Con la instalación hidráulica también tuvieron algún encontronazo, no? —Cierto. Empezamos a estudiar los planos, me quedé mirando el diámetro que se había previsto en las tuberías y me dije: no, esto es demasiado fino. El sistema lo había proyectado Ebner, un amable ingeniero experto en estructuras que cada mañana nos visitaba en nuestros tableros de dibujo. Venía siempre con una pequeña regla de cálculo, que en el fondo no necesitaba; Ebner había proyectado multitud de aviones con Messerschmitt y ya debía saberse todo de memoria: aquí –decía– el revestimiento de cero seis; no, aquí ponga mas, cero ocho. Sus cálculos eran siempre exactos, pero al concebir los sistemas, ya no era igual de experto. Aquellas tuberías tan finas eran, de todo punto, imposibles. —¿Qué hizo entonces…? —Curarme en salud, pedí a Bertoldo Schlosser, ingeniero español de padre alemán, a Armenta y a Fernando Lara, que repitieran los cálculos. Los tres onfirmaron mis temores. Así que, armados de valor, nos fuimos al despacho de Herr Professor Messerschmitt. Allí estaba Schaeffer, que solía hacerle de intérprete. Mientras nos escuchaba, vimos cómo Messerschmitt se irritaba por momentos, se le hinchaba una de las venas del cuello y, finalmente mascullaba la palabra ¡Schwein! (cerdo). Schaeffer, prudente, prefirió no ejercer de traductor. Lara, en cambio, debió imaginarse algo, porque musitó entre dientes: Schwein lo será su padre. Aquello pintaba fatal. Rojo de ira, Herr Professor llamó a Ebner y le preguntó como cómo había realizado los cálculos. Ebner aseguró que utilizando las fórmulas del “Hütte”, que en Alemania era una especie de biblia donde el calculista podía encontrarlo casi todo. Seguidamente abrió el tomo por una página y señaló una fórmula en la que aparecía la letra griega “ro”. Sin embargo, “ro” podía representar tanto la densidad como el peso específico… Tomó la una en lugar del otro. El caso es que al final, Ebner tuvo que reconocerlo: se había equivocado. Incluso el propio Messerschmitt fue poco a poco 146 Tratabas de mos - trarle tu idea; él ni la miraba; sacaba otra cuartilla, dibujaba una nueva solución, volvía a firmar Mtt y repetía: cuando vuelva, lo quiero así. Podía admitir la equivocación, pero nunca que tú tuvieras la solución > Fabricación del Buchon.


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