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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 124

ALEJANDRO N. BERTOCCHI MORáN de su oficio reiteraba su ya conocida opinión acerca del negativo influjo que las mujeres y los hijos tenían sobre el servicio de los miembros de la Real Armada: “no sé si la enfermedad de Primo sea tal como lo expresa; ha pensado siempre con honor, y creo lo continúe, pero el excesivo amor de su reciente esposa puede descartar su razón en términos que desvaríe su juicio”» (33). El 21 de octubre de 1811 el capitán de fragata jacinto de Romarate relevaba al frente de Buenos Aires a su colega Primo de Rivera, que pasaba a Montevideo, a disposición del mando, a fin de reponerse. La víspera se había firmado un armisticio entre Buenos Aires y Montevideo, forzado aquel por la situación en el norte argentino —con la peligrosa ofensiva peninsular desde el Alto Perú—, que venía a sumarse a la interesada intervención de lord Strangford y al fracaso del sitio terrestre a que había estado sometida la plaza montevideana desde mayo. Así pues, parecía que la situación tomaba otro cariz, aunque este armisticio iba a durar lo que un suspiro. Cuando arribó a Montevideo, Primo halló una plaza muy distinta de aquella que había dejado meses atrás, pues el aspecto de la ciudad no podía ser más triste, desolada la campaña por una cadena de hechos a cuya sombra se estaba gestando la independencia de la Banda Oriental. y es que, mientras el algecireño desgranaba singladura tras singladura en aguas del Río, en tierra se desarrollaba el drama conocido como del «éxodo del pueblo oriental», durante el cual la casi totalidad de la población de esta banda siguió al entonces coronel josé Artigas hacia el norte, de noviembre a diciembre de 1811 (34), lo que, sumado a la invasión portuguesa, había dejado desolado el vasto territorio de la Banda, donde ahora solo imperaban contrabandistas, corambreros (35) y la folclórica figura del «matrero» (36). Tales eran las fatales consecuencias directas de la guerra: la destrucción de la hacienda pública y la depredación de los campos. Solo ciudades como Montevideo, Colonia y Maldonado lograban mantenerse enhiestas en medio del conflicto. Además, el puerto de Montevideo y sus actividades anejas habían salido muy malparados de los avatares del bloqueo y el conflicto resultante, cosa que, unida a un galopante contrabando, había empobrecido en grado sumo al gremio mercante. Como señalamos, poco disfrutó Primo de Rivera de su estancia montevideana, pues el gobernador Gaspar de Vigodet, que había reemplazado en noviembre al virrey Francisco Xavier de Elío, decidió interpelar a la junta de Buenos Aires, visto que el contencioso se prolongaba sin visos de resolución y (33) MARCO: op. cit., p. 231, según documentación del AGM. (34) Don josé Artigas, jefe de los Orientales, fue nombrado en 1815, por cinco provincias argentinas (Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba y Misiones), protector de los Pueblos Libres y adalid del federalismo rioplatense. Al servicio de España, Artigas se halló al mando del Cuerpo de Blandengues de la Frontera y combatió contra los ingleses en las Invasiones. (35) Recolectores de cueros vacunos que vagaban sin ley por los campos. (36) Matrero: mote que los habitantes rioplatenses dieron a los salteadores de campos y haciendas, los cuales resistían alguna comparación, bien que lejana, con Robin Hood. Los hubo en Uruguay hasta bien entrado el siglo XX. 120 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 124


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