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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 124

ALEJANDRO N. BERTOCCHI MORáN Si lanzamos una breve mirada sobre la situación de la plaza de Montevideo en aquella hora, esta no podía ser más delicada. Nadie escapaba de las penurias del sitio, y la supervivencia dependía del dominio del mar. Según reza la crónica, varios miles de montevideanos habían muerto víctimas de la enfermedad, debilitada su naturaleza por el hambre y los rigores de la intemperie, habida cuenta que innumerables seres sin techo pululaban como espectros por el casco urbano. De más está señalar que esto se hacía sentir sobre todos, y sin duda muy en especial sobre las familias de jefes y marinos que componían sus fuerzas. Así las cosas, es inobjetable que la moral de la población tuvo que aflojarse. Las esperanzas de salvación de Montevideo dependían enteramente del auxilio peninsular, de ese ultramar al que todas las miradas se dirigían, oteando un horizonte que pronto se cubriría de velas enemigas. Entonces, no ha lugar a concentrar la responsabilidad de los hechos en una persona, a la vista de lo expuesto sobre lo desesperado de la situación estratégica montevideana, que solo podía haber invertido la llegada de buques y hombres del apostadero. El doloroso final llegaría pocas semanas después (55). A partir de ahí, los hechos se suceden vertiginosamente. Buenos Aires sabe que ha llegado el momento, y lo sabe porque obran en su poder informes de que, en Europa, Napoleón se halla en retroceso, por lo que sus intereses le dirigieron a liquidar cuanto antes a Montevideo. La historia señala que, apenas vista la flota de Brown desde los muros de Montevideo, sus defensores asumieron la gravedad de la situación. Lo demás es sabido: el fin de la soberanía española sobre la plaza de San Felipe y Santiago, ciudad-puerto fundada por el «Manco de Lérida» (56) allá en el lejano 1724 por real orden de Felipe V, que no obstante, en medio de sus estertores, resistió y luchó a brazo partido para mantener su identidad hispánica, hasta que, ayuna de asistencia material, sucumbió con los ojos clavados hacia ese ultramar por donde jamás surgirían las velas salvadoras. Hoy, a 200 años de la batalla del Buceo, habitantes de un subjetivista mundo posmoderno para el que toda verdad es relativa, el recuerdo de aquellas figuras del pasado común de España y los países del Río de la Plata debe mostrarse en todo su esplendor, para que las noveles generaciones de este rincón de América no olviden cómo emergieron a la luz de la Historia. Por último, diremos que a la luz de la prolongada carrera de Primo de Rivera y de los hechos de armas en que participó a lo largo de sus casi sesenta años de servicio, presumimos que esas jornadas montevideanas del año 14 componen quizá el episodio más negro de su existencia, a lo que tampoco eran ajenos, ciertamente, los padecimientos que sobrellevaba su familia. Confiamos en que ese sentimiento se haya deslizado en estas páginas que el lector tiene entre manos. (55) «En 29 de abril fue relevado del mando de dicha corbeta Mercurio para quedar con el general de la Escuadrilla, y en 9 de mayo lo fue de este destino por enfermo». Archivo General de Marina Don Álvaro de Bazán, hoja de servicios reseñada. (56) El capitán general don Bruno Mauricio de Zabala, fundador de Montevideo, perdió un brazo en el sitio de Lérida. 126 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 124


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