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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 124

MATAgORDA: BALUARTE gADITANO del Emperador le nombró marqués, título que le duró lo que la guerra. De todas maneras, poco podían hacer Díaz Cano y sus superiores: el capitán general de Andalucía, Francisco del Castillo y Fajardo, tercer marqués de Villadarias y marqués consorte de Coprani —que había sustituido en el cargo al marqués de Leganés—, y el general de la Armada Francisco Gutiérrez de los Ríos, gobernador de las Costas de Andalucía y tercer conde de Fernán Núñez, al que apodaban «el Gran Boutifler de España» (16). El resto de la tropa se dirigió a El Puerto de Santa María. Cerca de esta ciudad se encontraba el castillo de Santa Catalina, que con sus 20 cañones era el principal fuerte en el interior de la bahía de Cádiz. Huidos todos sus defensores —amedrentados por las amenazas enemigas—, los atacantes lo tomaron sin lucha y se incautaron de gran cantidad de barricas de vino que allí se guardaban. El trasiego de caldos convirtió a las tropas aliadas en una soldadesca que asaltó brutalmente la población, muchos de cuyos habitantes habían huido. A la rapiña de iglesias y conventos se unió la violación de las mujeres, sevicia de la que no se libraron ni las monjas de clausura. El pillaje y la destrucción no se detuvieron ni ante el Santísimo Sacramento, que fue profanado en varios lugares (17). La furia anticatólica de esta tropa incontrolada se extendió a los bienes de los vecinos, que también fueron pasto del saqueo. El plan de ataque era conquistar el castillo de Santa Catalina y luego el de Matagorda, para entrar en Cádiz una vez conquistado el fuerte de Puntales, ya en las afueras de la ciudad. El espacio entre los fuertes de Puntales y Matagorda se había erizado de obstáculos para controlar mejor la zona profunda de la bahía, que se conoce con el nombre de «fosa de Santa Isabel», al sur de Puerto Real (18). Conquistado el castillo de Santa Catalina, el de Matagorda, con 18 cañones muy bien instalados, era el siguiente eslabón en la cadena de ataques. Los británicos querían dejar a un lado la conquista de Cádiz e introducirse por El Puerto de Santa María hacia jerez y Sevilla. Pero en el consejo de guerra celebrado en el fuerte de Santa Catalina prevaleció la opinión del barón Sparr, mariscal de campo holandés. Este, persuadido de la conveniencia de seguir con la idea inicial de conquistar Cádiz, se brindó a dirigir el ataque al castillo de Matagorda para que, una vez tomado, los buques de la flota combinada pudieran entrar hasta el fondo de la bahía. Ello facilitaría notablemente la conquista de la ciudad, la cual —creían— se rendiría, toda vez que la opinión otros contemporáneos de Díaz Cano, entre ellos su hijo, opinaron que su actuación fue la correcta, de lo que da fe que recibiese el premio del rey al final de la contienda. (16) Boutifler era el apodo con que se designaba a los partidarios de Felipe V. Posiblemente era una expresión que hacía referencia a la flor de lis, algo así como «Flor bonita». (17) El príncipe de Hesse-Darmstadt, que era católico, como responsable político de la invasión había dado orden de contener cualquier desmán de la tropa contra la población civil. El príncipe temía especialmente que la Iglesia católica fuera víctima de ataques, sobre todo por parte del contingente holandés de su tropa. (18) Era allí donde fondeaban los barcos que venían de las Indias, que descargaban la mercancía mediante barcazas. Año 2014 REVISTA DE HISTORIA NAVAL 37


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