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REVISTA GENERAL DE MARINA MARZO 2016

tados al sónar, tenía la virtud de hacerte caer en la cuenta de las muchas cosas que conviene poner en valor, sobre todo con el paso del tiempo, cuando la verdad va quedando desatendida, anegada bajo complejos que todo lo inundan, distorsionada por los vientos contrarios de una propaganda que pone de manifiesto diferentes grados de chifladura, destinada, aunque sea en su modalidad más benigna, a construir prejuicios populares y a asentar manidos y acríticos tópicos de endeble sustento acerca de la milicia en general y de la Armada en particular. Y entre ellas destaca la contribución a nuestra sociedad, no por desconocida menos meritoria, de quienes cumplen sus obligaciones, lejos de todo, bregando con los rigores del servicio, bajo una subordinación estricta, en la soledad de la mar y en medio de las olas que templan el alma, enamorados hasta los tuétanos de su profesión, empeñados sinceramente en cumplir lo mejor posible los diversos cometidos que la Armada les asigna. Y así, poco a poco, y gracias a la aportación no menor de paciencia y humanidad que llevaron a cabo los tenientes de navío Cecilio y Alvargonzález, fue mejorando nuestro oficial de milicias sus conocimientos náuticos, hasta poder evaluar con criterio los distintos factores que influían en cada maniobra, utilizando la información del sensor apropiado: radar, consola, GPS, anemómetro, etc. Aprendió del segundo comandante, que se desvivía por mantener el barco en las mejores condiciones, lo trascendental que resulta el mantenimiento de un buque de guerra en una medio tan agresivo como la mar. Apoyándose en los suboficiales comenzó a comprender lo esencial de cada servicio, y participó en distintos simulacros tremendamente formativos. Con la ayuda del capitán habilitado adquirió unas rudimentarias nociones del funcionamiento administrativo a bordo, que más de una vez lo sacaron de apuros. En definitiva, fue integrándose progresivamente en la estructura funcional del buque y, lo que es más importante, entre los miembros de su dotación. Ayudaron, y no poco, en el envite, los conocimientos de las lenguas de Shakespeare y Molière (extremadamente útiles en una operación internacional como la SHARP GUARD, en la que el contacto con otras marinas era continuo); mas lo verdaderamente alentador fue ir constatando cómo uno a uno, todos los oficiales tornaban día a día la tibia consideración, la indiferencia, la distancia y la frialdad inicial por una franca camaradería. El primero en concederle la categoría de compañero fue el alférez de fragata Márquez de la Calleja, entonces brote vigoroso del plantel de caballeros que la vida en la Armada ha procurado siempre a nuestra patria. En cascada, siguieron los tenientes de navío Cecilio y Alvargonzález, ya citados, el segundo comandante Ceñal, el capitán habilitado Sánchez de Toca, los tenientes de navío Bandín y Frutos... hasta llegar al comandante, capitán de fragata Constantino Lobo. Todos le obsequiaron a partir de un punto determinado con su compañerismo y amistad. Y fue así, sintiéndose uno de ellos, como pudo certificar de primera mano la laboriosidad, la dedicación y el cariño por el trabajo bien hecho que siempre han sido señas de identidad características de la cofradía del botón de ancla. viviDO Y CONTADO 2016 301


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