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MEMORIAL CABALLERIA 72

95 HISTORIA llo, Sombrerete, Pénjamo y Jamay; en 1575, Aguascalientes; en 1576, León, Mezcala y Palmillas, y otros más. A finales del siglo XVII ya había presidios en el Río Bravo e, inclusive, algunos puestos más avanzados en Texas y Nuevo México. Así se formaron en Coahuila las poblaciones de Saltillo, Parras, Monclova, Múzquiz (Santa Rosa), Zaragoza (San Fernando de Austria), Guerrero (Río Grande), etc., y en Texas, San Antonio (Bejar), entre otras. En el año de 1724 Don Pedro Rivera, brigadier de los ejércitos reales, recorrió el norte de la Nueva España desde Sonora hasta Nuevo León en misión de inspección de los presidios y su funcionamiento, en un viaje de más de 12.000 kilómetros que duró 3 años y medio. A raíz del reporte de la inspección de Don Pedro Rivera, en 1729 el Virrey Marqués de Casa Fuerte emitió un reglamento por el cual se debían regir los presidios, sus oficiales y sus soldados. Esto vino a corregir en gran medida el desorden que existía en esa época, resultado del desarrollo de los presidios con pocas directrices y de la gran distancia que existía de ellos a las poblaciones más organizadas. Este reglamento tuvo vigencia hasta 1772, cuando el Virrey Antonio María de Bucareli puso en vigor un nuevo reglamento ordenado por el rey, bajo el cual se obtuvieron mejores resultados y se llegó a tener una época de florecimiento en el norte de la Nueva España. Este nuevo reglamento tomó muchas de las recomendaciones hechas con anterioridad, pensando ya no solamente en la defensa contra los indios bárbaros que seguían azotando las poblaciones y los caminos, sino las incursiones de los rusos en el poniente y de los franceses y los anglos en el oriente. El reglamento de 1772 dispuso una nueva distribución de los presidios a lo largo de la frontera norte, formando una línea de defensa contra los indios y extranjeros. Esta línea constaba de trece presidios, más dos en avanzada hacia el norte (los de Santa Fe en Nuevo México, y San Antonio del Bejar en Texas). Los presidios mantenían un correo mensual entre ellos. En este contexto se formó una casta de hombres muy especiales, que fue la de los soldados presídiales. Los soldados presídiales, una casta muy especial de hombres. El reclutamiento de los soldados presídiales se hacía con gentes de la región. Nacidos en los desiertos y montañas del norte, criados bajo el constante peligro en que los ponían los indios que infestaban esas provincias, siempre expuestos al clima extremo, acostumbrados a grandes jornadas y fatigas, los soldados presídiales poseían características fundamentales para su supervivencia y para el combate contra los indios que los soldados regulares de otras partes no tenían. El general Don Vicente Filisola, participante en la campaña de Texas en el siglo XIX, comenta en su libro «La guerra de Texas» que el general Santa Ana, en su paso por Monclova hacia Texas, erróneamente no aceptó las recomendaciones de sus subalternos con respecto a la conveniencia de incluir en sus tropas a soldados presídiales: «En atención a que esta clase de tropa era la más útil que podía encontrarse para transitar aquellos desiertos países porque los conocen a palmos, y además de ser tan valientes para batirse como cualquiera otra buena tropa, tienen otras muchas circunstancias apreciabilísimas que adquieren desde la niñez y de hacer correrías continuas para defender las fronteras y para perseguir a los bárbaros que las hostilizan. Así es que saben distinguir toda clase de huellas, los días que tienen de impresas y las señas y humaredas que por su número, posición y distribución en los lugares altos y bajos, en cuadros, triángulos, grupos, etc. sirven de medios de inteligencia a los mismos enemigos, y así mismo conocen las señales del tiempo, el cambio de temperatura y las horas de la noche por el curso de las estrellas. Son excelentes tiradores, jinetes y nadadores, incansables en las fatigas, extraordina- Imagen de la estructura de un Presidio.


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